Page 384 - Lectura Común
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La lectura común                                Escrito sobre el aire
              sesgo hacia la orilla del Apure hasta alcanzar las islas de Apurito,
              de pasto pingüe y bastante. Esta vez, la travesía es interrumpida
              por las carreteras de asfalto, los continuos “falsos” o puertas de
              trancas, los puentes y las parcelas de los arrozales. Entonces ha
              de reunirse el ganado, obligarlos a seguir atajos, cruzar potreros.
              Cuando eso ocurre, los vaqueros ponen a prueba su destreza para
              que las reses no desobedezcan el orden de la marcha. Es improba-
              ble que el acatamiento se cumpla. Algún maute, acaso un novillo,
              cualquier toro, más si es matrero, indócil y hosco, rompa la agru-
              pación y se lance en barajuste. Casi de inmediato, los punteros y
              contrapunteros aguijan sus caballos con la espuela dentada, pre-
              paran sus lazos y corren tras el desertor. Van a su alcance y ya al
              aparearse con su cabeza y su pescuezo ejecutan la enlazada de lujo
              del llanero, la de cacho y muela. A veces, cuando se yerra acuden
              a la coleada, otra de sus pericias más comunes del duro oficio. La
              res es derribada tomándola por la cola y se rinde, su rebeldía cede
              a la astucia humana. Si ocurriera, y ocurre muy a menudo, vívese   [ 383 ]
              entre los jinetes una alta competencia de machura y eficacia, la
              prueba máxima, junto a la doma del potro cerril, de llanería.
                  La caminata prosigue. La luz del día ha torcido hacia la tarde.
              El encargado ordena hacer un alto en la andanza. Ha encontrado
              un bajío, un paño de sabana verdosa, con fronda mucha de pasto
              y hay agua cerca, en la laguna, en la boca de un caño. Las mismas
              reses reclaman el sosiego y la sabrosura de los pastos. Hace varias
              horas que su gente no se ha bajado de los caballos, seguirán adhe-
              ridos a sus lomos hasta que se encierre el ganado en los corrales de
              los hatos cuyos dueños acatan la ley de los llanos, como las del ser-
              vidumbre de paso y el préstamo de majadas. La luz, el aire fresco
              y los pájaros cantores dan la hora: se avecina el crepúsculo. Guar-
              dadas las reses, desensillados y refrescados los caballos sudoro-
              sos y heridos por la espuela, se les regala el descanso y el pasto. El
              aljibe, la charca, tal vez una ducha de fortuna, prestan su frescura
              a los cuerpos dolidos de cansancio y lastimados de sol. La tripu-
              lación se apresta a colgar sus hamacas (la noche se apresura, lo






       Lectura comun heterodox   383                                   13/4/10   12:36:19
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