Page 391 - Lectura Común
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Luis Alberto Crespo
               con los charcos y los fangales. Los cañaotes remedan a los caños
               y éstos a los ríos, como Caño el Diablo, que viene dando tumbos,
               sin freno, abriendo de un tajo la sabana. Los cabresteros se ade-
               lantan y frenan sus caballos en la orilla. El Caño de Mandinga se
               ha ganado su nombre: torrentoso, sus ondas parecen batirse entre
               sí para saltar unas sobre otras. La punta de ganado se aproxima.
               Uno de los cabresteros le hinca la espuela a su rucio blanco y se
               lanzan juntos a la corriente. “Caballo bueno para el agua”, bauti-
               zan los que saben a ese pelaje pálido.
                  El cabrestero cabalga sobre el frenesí del caño cruzándolo a
               contracorriente para evitar la cercanía de las espinosas caramas
               del otro lado. Su compañero se apresta a lanzarse a su vez con su
               bayo y lo hace, pero éste no lo acepta sobre sus lomos y el jinete se
               desliza sobre sus ancas para asirse de la cola durante el nado. Un
               golpe de ola se lo impide y ha de bracear solo, guerreando con la
             [ 390 ] corriente, está a punto de irse hacia una carama y el miedo a morir
               viene en su ayuda. Tiene casi a sus espaldas la masa de ganado
               que ya se ha lanzado al caño. Sin saberlo, ha alcanzado la orilla
               pero continúa nadando a brazo partido cuando oye una voz que
               le informa mientras le sujeta del diestro a su cabalgadura: “haga
               tierra, camarita, que ya está en lo seco”. Desde ese entonces, los
               llaneros rebautizaron el caño. Dejó de llamarse Caño el Diablo;
               ahora le dicen Caño Crespero.
                  El encargado manda a parar el ganado. Han llegado a una cal-
               ceta apretada de pasto y paja lambedora. Uno de los contrapun-
               teros cabalga envitolado en un potro zaino cuello e´garza, que él
               mismo arrendó en el verano. Es un ventarrón en la arrancada y
               anda pendiente del freno. El arrendador promete metérselo a los
               toros en la próxima tarde de coleo calaboceño. El silencio es casi
               físico, casi se puede tocar con las manos. Sólo se escucha el mor-
               disqueo de las reses en los pastizales perfumados. Gime la tór-
               tola. Se pone a cantar el arrendajo. No sé dónde silba el turpial.
               Un bando de loros hace escándalo mientras cruza el cielo que ha
               comenzado a ensombrecerse. Una lluvia tormentosa amenaza






       Lectura comun heterodox   390                                   13/4/10   12:36:21
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