Page 313 - La escena contemporánea y otros escritos
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Mariátegui: política revolucionaria. Contribución a la crítica socialista
No es George Grosz, sin embargo, un caricaturista. Su arte no es bufo.
Ante uno de sus dibujos, no es el caso de hablar de caricatura. George
Grosz no deforma, cómicamente, la naturaleza. La interpreta, la desviste,
con una terrible fuerza para poseer y revelar su íntima verdad. Perte-
nece este artista a la categoría de Goya. Es un Goya explosivo. Un Goya
moderno. Un Goya revolucionario. En esta época se le podría clasificar
teóricamente dentro del superrealismo. René Arcos, a propósito de esta
clasificación, escribe que para designar su tendencia la palabra realismo
le parece ampliamente suficiente. “Si algunos han creído que este vocablo
merecía pasar al retiro —opina— es porque no ha encontrado todavía
servidores dignos de él. Nadie pensará siquiera sostener que los artistas
y escritores de la época naturalista no se han contado entre los menos
realistas. Todos casi se han detenido en la apariencia exterior de los seres
y de las cosas. El realismo se encuentra aún en sus comienzos. Me refiero
al realismo interior, al intrarealismo, si esta palabra no asusta”.
Superrealista o realista, George Grosz es un artista del más alto rango.
Su dibujo, de una simplicidad infantil, es, al mismo tiempo, de una fuerza
de expresión que parece superar todas las posibilidades. Cuenta Grosz
que la manera de los niños lo sedujo siempre. En este rasgo de su arte se
reconoce y se identifica uno de los sentimientos que lo emparientan con el
expresionismo y, en general, con las escuelas del arte ultra-moderno.
Piensa Grosz que un impulso revolucionario mueve al verdadero
artista. El verdadero artista trabaja sin preocuparse del gusto y del
consenso de su época. Le importa poco estar de acuerdo con sus contem-
poráneos. Lo que le importa es estar de acuerdo consigo mismo. Obedece
a su inspiración individual. Produce para el porvenir. Deja su obra al
fallo de las generaciones futuras. Sabe que la humanidad cambiará. Se
siente destinado a contribuir con su obra a este cambio.
En sus primeros tiempos, Grosz se entregó, como otros artistas
nacidos bajo el mismo signo, a un escéptico y desesperado individua-
lismo. Se encastilló en una enfermiza superestimación del arte. Sufrió
una crisis de aguda y acérrima misantropía. Los hombres, según su pesi-
mista filosofía de entonces, se distinguían en dos especies: malvados e
imbéciles. La guerra modificó totalmente su ególatra y huraña concep-
ción de la vida y de la humanidad. “Muchos de mis camaradas —dice
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