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Mariátegui: política revolucionaria. Contribución a la crítica socialista


                 No es George Grosz, sin embargo, un caricaturista. Su arte no es bufo.
              Ante uno de sus dibujos, no es el caso de hablar de caricatura. George
              Grosz no deforma, cómicamente, la naturaleza. La interpreta, la desviste,
              con una terrible fuerza para poseer y revelar su íntima verdad. Perte-
              nece este artista a la categoría de Goya. Es un Goya explosivo. Un Goya
              moderno. Un Goya revolucionario. En esta época se le podría clasificar
              teóricamente dentro del superrealismo. René Arcos, a propósito de esta
              clasificación, escribe que para designar su tendencia la palabra realismo
              le parece ampliamente suficiente. “Si algunos han creído que este vocablo
              merecía pasar al retiro —opina— es porque no ha encontrado todavía
              servidores dignos de él. Nadie pensará siquiera sostener que los artistas
              y escritores de la época naturalista no se han contado entre los menos
              realistas. Todos casi se han detenido en la apariencia exterior de los seres
              y de las cosas. El realismo se encuentra aún en sus comienzos. Me refiero
              al realismo interior, al intrarealismo, si esta palabra no asusta”.
                 Superrealista o realista, George Grosz es un artista del más alto rango.
              Su dibujo, de una simplicidad infantil, es, al mismo tiempo, de una fuerza
              de expresión que parece superar todas las posibilidades. Cuenta Grosz
              que la manera de los niños lo sedujo siempre. En este rasgo de su arte se
              reconoce y se identifica uno de los sentimientos que lo emparientan con el
              expresionismo y, en general, con las escuelas del arte ultra-moderno.
                 Piensa Grosz que un impulso revolucionario mueve al verdadero
              artista.  El  verdadero  artista  trabaja  sin  preocuparse  del  gusto  y  del
              consenso de su época. Le importa poco estar de acuerdo con sus contem-
              poráneos. Lo que le importa es estar de acuerdo consigo mismo. Obedece
              a su inspiración individual. Produce para el porvenir. Deja su obra al
              fallo de las generaciones futuras. Sabe que la humanidad cambiará. Se
              siente destinado a contribuir con su obra a este cambio.
                 En  sus  primeros  tiempos,  Grosz  se  entregó,  como  otros  artistas
              nacidos bajo el mismo signo, a un escéptico y desesperado individua-
              lismo. Se encastilló en una enfermiza superestimación del arte. Sufrió
              una crisis de aguda y acérrima misantropía. Los hombres, según su pesi-
              mista filosofía de entonces, se distinguían en dos especies: malvados e
              imbéciles. La guerra modificó totalmente su ególatra y huraña concep-
              ción de la vida y de la humanidad. “Muchos de mis camaradas —dice


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