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Mariátegui: política revolucionaria. Contribución a la crítica socialista


              intelectuales frente a la revolución social. Blok sabía y sentía cuál era el
              mal de los intelectuales. Reconocía en él su propio mal. Lo definía, lo diag-
              nosticaba con una clarividencia trágica de alucinado. No ignoraba abso-
              lutamente nada de su debilidad y su impotencia. En uno de sus ensayos,
              revelados al Occidente después de su muerte, explica así su tragedia: “La
              línea que separa a los intelectuales del pueblo de Rusia, ¿es verdadera-
              mente una línea infranqueable? En tanto que subsista esta barreta los
              intelectuales están condenados a errar, a agitarse vanamente, a degenerar
              en círculo sin salida. La inteligencia no tiene, ninguna razón de rene-
              garse a sí misma mientras, no crea que pueda haber en esta actitud una
              directa necesidad vital. No solamente le es imposible renegarse. Sino que
              puede confirmar todas sus flaquezas, hasta la flaqueza del suicidio. ¿Qué
              replicaré yo a un hombre a quien conduce al suicidio las exigencias de su
              individualismo, de su demonismo, de su estética o, en fin, la muy corriente
              inducción de la desesperanza y de la angustia? ¿Qué objetaré, si yo mismo
              amo la estética, el individualismo y la desesperanza; si yo mismo, como
              él, soy un intelectual? ¿Si no hay en mí nada que yo pueda amar más que
              esta predilección amorosa del individualismo, más que mi angustia que
              acompaña siempre, como una sombra, esta predilección?” Y precisa Blok
              en el mismo ensayo, el contraste entre el alma del intelectual y el alma de
              las masas: “Si los intelectuales se impregnan cada día más de la voluntad
              de muerte, el pueblo desde tiempos lejanos porta en sí, la voluntad de vida.
              Se comprende, pues, por qué aún el incrédulo se dirija a veces hacia el
              pueblo pidiéndole la fuerza de vivir: obra simplemente por instinto de
              conservación, pero encuentra el silencio, el desprecio, una indulgente
              piedad: es detenido ante la línea inaccesible; se rompe tal vez contra algo
              más terrible que lo que podía prever”. El poeta de Los doce y de Los escitas
              quiso, en estos poemas, ser el poeta de la revolución rusa. No fue su culpa
              si no pudo serlo por mucho tiempo. Su alma había absorbido, en treinta y
              ocho años, todos los venenos de una época de decadencia. Y su conciencia,
              lúcida y sensible, se sentía irremediablemente envenenada.
                 Pero su destino quiso que su poesía saludara el alba de la época nueva. El
              poeta tuvo, al final de su existencia, un instante de exaltación y de plenitud.
              Después, se irguió ante él la barrera infranqueable. Las manos transidas de
              Blok, torcían ya, tal vez, la cuerda del suicidio, cuando arribó sola la muerte.


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