Page 97 - Influencia de las mujeres en la formación del alma americana
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96 96 INFLUENCIA DE LAS MUJERES EN LA FORMACIÓN DEL ALMA AMERICANA
obedecer. Los agentes lo tratan con insolencia, Bolívar se desmonta
del caballo, saca su espada y hay un pleito del cual pueden resultar
serias consecuencias si no sale inmediatamente de Madrid, cosa que
hace por consejo de todos.
Es muy curioso observar que con este caso de Bolívar es ya la
tercera vez que el lujo de los indianos los hace caer en desgracia
ante las autoridades o la corte de España. Por presentarse con
penacho de plumas de todos colores ante la presencia de Felipe II,
quien como de costumbre se hallaba, cerrado de negro, Fernando
Pizarro, conquistador del Perú que llegaba de América a defender
su causa y la de sus hermanos, predispuso tan mal al austero Felipe
II, que recriminado primero por su penacho y por sus colores, acabó
perdiendo su reclamación. Declarado rebelde fue a dar en una
cárcel donde permaneció veinte años. El mismo incidente aunque
atenuado, ocurrió a Jiménez de Quesada, el poeta conquistador de
la Nueva Granada. Habiendo desembarcado de América y acudido
a una audiencia cubierto de franjones de oro, que él juzgaba merecer
y que atestiguaban de su gloria tan legítima y tan pura, Quesada fue
escoltado por los gritos de: “¡al loco, al loco!”, y así, desprestigiado
en su persona, fue desoída igualmente su petición.
Humillado y furioso Bolívar se dirige a Bilbao, va a casa de don
Bernardo del Toro y le declara que quiere casarse inmediatamente
con su hija a fin de embarcarse cuanto antes y no regresar a España
más. Don Bernardo trata de calmarlo, le ofrece arreglar las cosas y
le pide que espere algún tiempo antes de efectuar el matrimonio.
Bolívar mientras tanto ha vuelto a ver a María Teresa y ¡adiós los
estudios! Adiós también las negras melancolías de Madrid. Ya no
se ocupa más que de ella. Todo el fuego de su genio y de su tempe-
ramento exaltado se concentra en la que es ya su novia. Es la gran
pasión. El resto del mundo se borra de su horizonte y ya no vive,
ya no respira, ya no ambiciona otra cosa que María Teresa. ¿No