Page 102 - Influencia de las mujeres en la formación del alma americana
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Teresa de la Parra  101
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              Fanny du Villars era Aristiguieta por su madre y prima, por lo
           tanto, de Bolívar. Casada con un francés, el conde de Villars, tenía
           en París –como tuvo años más tarde aquella otra criolla cubana,
           la encantadora condesa de Merlín–, Fanny tenía en París uno de
           los más elegantes salones del tiempo del Consulado. Era la época
           de Chateaubriand, de Eugenio de Beauharnais, de madame Réca-
           mier, de Taima, de madame de Staël, de Humboldt y de Talleyrand.
           Todos estos iban al salón de Fanny, la linda criolla parisiense, todos
           la invitaban, todos la celebraban. Sobre las convulsiones de la Revo-
           lución francesa, bajo el ritmo acelerado de Napoleón comenzaba a
           nacer el Romanticismo. Era una ráfaga que parecía venir de aquí,
           de América traída por Chateaubriand y a la cual el extraordinario
           viaje del barón de Humboldt por las regiones equinocciales acababa
           de dar nuevo impulso y nuevas alas. El momento no podía ser más
           propicio a Bolívar, el prototipo del romántico por excelencia. A más
           de tener el fuego y la grandilocuencia del Romanticismo, por su

           origen, por la finura de su tipo y por su tristeza prematura parecía
           reencarnar al héroe recién llegado de la selva americana. Al verle
           venir de Alemania tan joven, tan triste y tan rico, Fanny lo avaloró
           con una sola ojeada y decidió abrirle las puertas del éxito. Después
           de haber sido el Emilio de Rousseau gracias a Simón Rodríguez, iba
           a ser ahora gracias a Fanny, el René de Chateaubriand. Todo contri-
           buía a la transformación. Instalado en un elegante apartamento de
           la rue Vivienne, el viudo de Teresa del Toro comenzó a ser, gracias a

           los consejos de Fanny, uno de los más refinados y más interesantes
           jóvenes de aquel París de entonces, de aquellos que se paseaban por
           las galerías del Palais Royal, oían a Taima, repetían los retruécanos
           de Brunet, se hacían retratar por David y se enamoraban platóni-
           camente de madame de Récamier o de Paulina Borghese. Pródigo,
           elegante, festejado de todos, Bolívar se dio a llevar una vida de
           príncipe. Perdía al juego cantidades fabulosas, prestaba dinero a
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