Page 104 - Influencia de las mujeres en la formación del alma americana
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           le relata con indescriptible entusiasmo las riquezas y maravillas
           que encierran aquellos países inexplotados. Habla del porvenir que
           los espera, de la necesidad absoluta de su emancipación. Describe
           conmovido los atractivos de la sociedad criolla tan ingenua y tan
           amable. Su calidad de extranjero le ha hecho apreciar mejor el
           encanto de aquella sencillez y de aquella gracia indolente y gene-
           rosa. Habla también del movimiento intelectual que ha apreciado
           entre los criollos. Hay centros de avanzada cultura como Bogotá y
           México. Ha conocido a poetas como Bello y sabios como Mutis y
           Caldas. Tanto le complace la vida fácil y sonriente de aquellos países,
           verdaderos paraísos terrenales que algún día, si las circunstancias se
           lo permiten, piensa trasladarse allá a terminar su vida.
              Bolívar lo escucha asombrado. Una luz milagrosa lo ilumina.
           La fe y el entusiasmo van creciendo en su alma a medida que intima
           con el sabio. ¡Qué lejos se ha quedado ya aquella impresión depri-
           mente por su patria y por su persona del pobre indiano adolescente
           de Madrid!
              Un día, poco después de la coronación de Napoleón en la cual
           Bolívar a pesar de haberla desaprobado ha sentido el delirio de la
           gloria, a poco de aquella ceremonia celebrada en Notre Dame va a
           visitar a Humboldt. Como al hablar de nuevo sobre la emancipa-
           ción de la América española, Humboldt dijese: “Veo la obra, pero
           no veo el hombre capaz de realizarla”, con el recuerdo aún vivo de la
           Apoteosis de Napoleón, Bolívar, el terrible ambicioso de veinte años,
           guardó silencio, pero se contestó a sí mismo: “Este hombre seré yo”.
              Y desde ese día se acabó París. Entre lágrimas y suspiros se
           despidió de Fanny, la única confidente de su empresa, se fue a Italia,

           se acercó de nuevo a Humboldt que se hallaba en Nápoles, acom-
           pañado por Simón Rodríguez fue a pie hasta Roma, pronunció su
           juramento del Monte Sacro, volvió a despedirse de Fanny en una

           larga, dolorida carta y ungido por ella se embarca definitivamente
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