Page 92 - Influencia de las mujeres en la formación del alma americana
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Teresa de la Parra  91 91

           de la misma familia Carreño de Teresa, la gran pianista y del autor
           de la Urbanidad, Rodríguez había decidido desde los catorce años

           dedicarse a filósofo. Huérfano de padre y madre comenzó por

           pelear a muerte con su hermano mayor y a fin de no tener nada
           de común con él cambió de apellido. Dejó de ser Simón Carreño
           para ser Simón Rodríguez; sentó plaza de grumete en un buque que
           salía para España, desembarcó en Cádiz y sin más recursos que su
           ansia de saber y sus dos pies, recorrió con ellos, en cinco años, casi
           toda Europa. En víspera de la Revolución francesa vivió en París,
           respiró su ambiente, descubrió a Rousseau y decidió desde entonces
           convertir a la humanidad entera predicando el amor a la natura-
           leza. Después de sus cinco años de peregrinación a pie por Europa
           regresó a Caracas, se casó, tuvo, en año y medio dos hijas a quienes
           puso resueltamente nombre de vegetales, las llamó Maíz y Tulipán a
           fin de adherirse al calendario de Fabre d’Eglantine. A poco declaró:

           “Yo no quiero parecerme a los árboles que echan raíces en un lugar,
           sino que quiero ser benéfico como el aire, el agua y el sol que corren

           sin cesar”, y volvió a emprender sus caminatas abandonando por
           decirlo así a su mujer y a sus dos vegetales, quienes en adelante
           nunca contaron con él. Como fruto de sus últimas meditaciones
           publicó un folleto titulado: Re  exiones sobre los métodos viciosos que
           rigen las escuelas actuales y medios de lograr sus reformas. Como el
           folleto se comentó y adquirió él así cierto renombre de pedagogo,
           se dio a buscar un discípulo en quien poner en práctica las teorías
           expuestas por Rousseau en el Emilio. Debía encontrarlo pronto
           en el niño Simón Bolívar cuya educación le confiaron. Rodríguez

           se sintió feliz. El niño llenaba las condiciones indispensables que
           debía tener su Emilio: era rico, huérfano, noble y sano. Él, Rodrí-
           guez, llenaba en su opinión las del maestro o sea: prudente, joven,
           alma sublime y estado independiente. En esta última condición no

           incluía naturalmente a su mujer y a sus dos pobres vegetales. A fin
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