Page 59 - Influencia de las mujeres en la formación del alma americana
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58 58  INFLUENCIA DE LAS MUJERES EN LA FORMACIÓN DEL ALMA AMERICANA

          se habló en todas partes, sus ecos llegaron hasta la corte de Madrid

          y desde aquel día a los éxitos del mundo prefirió la vida retraída.
          Se retiró al convento, se llamó Sor Juana y se dio enteramente al
          estudio hasta llegar a ser uno de los más grandes poetas que produjo
          la Colonia.
             En la paz de la celda se unía armoniosamente el cultivo de la
          inteligencia al cultivo de las virtudes, esos dos huertos cerrados y
          vecinos. Se crecía en sabiduría y se crecía al mismo tiempo en
          santidad. El amor al Señor era un largo noviazgo exento de decep-
          ciones que duraba toda la vida, sin temor de que lo marchitase la
          vejez. Los versos de amor donde se expresaban con vehemencia las
          quejas de la pasión divina, después de bien pulidos se imprimían en
          la mente para que los leyese Dios, el reposado lector. Solo por orden
          del confesor o del obispo se publicaban libros. Por obediencia había
          escrito en Castilla Santa Teresa y por obediencia escribió la Madre
          Castillo, la extraordinaria clarisa colombiana.
             El caso de esta monja demuestra la inclinación a la cultura que
          existía en los conventos coloniales. La Madre Castillo nació y murió
          en una ciudad de provincia: en la deliciosa ciudad de Tunja. El
          único viaje de su vida fue el que hizo en la adolescencia de su casa
          al convento de Clarisas. Yo creo que esa ciudad de Tunja, encerrada
          entre los Andes colombianos, debe ser especialmente propicia al
          ensueño y a la contemplación. En ella pasó los últimos años de su vida
          el conquistador y cronista don Juan de Castellanos que como buen
          precursor de la cultura colombiana fue conquistador, letrado y poeta.
          Allí después de ordenarse sacerdote escribió los ciento cincuenta
          mil versos de sus memorias que llamó: Elegías de varones ilustres de
          Indias. Esta encantadora extravagancia de hacer una crónica en verso
          rimando a veces los detalles más prosaicos del mundo debió acon-
          sejárselo el ambiente poético de la ciudad. Muchos críticos ilustres,
          Menéndez Pelayo entre otros, se lamentan de que Castellanos haya
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