Page 55 - Influencia de las mujeres en la formación del alma americana
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54 54  INFLUENCIA DE LAS MUJERES EN LA FORMACIÓN DEL ALMA AMERICANA

          y por la vulgaridad ambiente, aun sin ser devotas se volvieron hacia
          el misticismo y se fueron al convento: eran amantes del silencio las
          eternas sedientas de vida interior y, aunque parezca contradictorio,
          las precursoras del moderno ideal feminista.
             Aquella monja, recuerdo de mi primera infancia, símbolo del
          idealismo femenino y colonial, se llamaba la Madre Teresa. Era
          una de las últimas supervivientes de la cruel dispersión. Vivía en
          la casa vieja de una señora viuda que la había alojado y que era tan
          vieja como la casa. Mis hermanas y yo íbamos a menudo a visitarlas
          porque éramos vecinas y porque sin duda a los cinco y siete años nos
          apuntaba ya esta alma de turismo violento que anima a toda nuestra
          época. Empujar el portón y entrar de golpe en el patio de la Madre
          Teresa era volar en un segundo a otro país, mejor aún, era pasar
          de un siglo a otro siglo. No se necesitaba tener sentido histórico
          para comprenderlo. Nosotras ignorábamos aún la existencia de la
          historia. Sin embargo, apreciábamos la vejez de aquella casa como
          cualquier buen arqueólogo aprecia la inscripción de una piedra.
          Nuestra forma de aprecio era más grata porque no se mezclaba a ella
          la intervención de la inteligencia que es con frecuencia árida, sino la
          de los sentidos que es siempre amena. Nos lo anunciaba el olfato en
          cierto olor a humedad de casa con goteras visitada por numerosos
          gatos; nos lo anunciaban los ojos en la vegetación enmarañada del
          patio, en las tejas enmohecidas que entre motas de hierba se torcían
          hasta llegar a los aleros, en las canales cansadas de tanto cargar
          agua y en los santos de la sala con sus vestidos tiesos de damasco.
          Todo en aquella casa tenía el encanto de la vejez raída y limpia. La
          Madre Teresa, especie de duende majestuoso con el hálito oscuro
          y el óvalo del rostro bien apretado dentro de la toga blanca, era la
          habitante natural de aquel humilde museo. La dueña de la casa era
          anodina, la monja era austera, había entre las dos la nota de alegría
          que recordaba el humorismo campechano de Santa Teresa y de
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