Page 53 - Influencia de las mujeres en la formación del alma americana
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52 52  INFLUENCIA DE LAS MUJERES EN LA FORMACIÓN DEL ALMA AMERICANA

             En Venezuela no existen ya hoy día los partidos políticos que
          dividieron el país en dos bandos durante el siglo pasado: se puede,
          por lo tanto, hablar de ellos como se habla de los muertos, sin
          pasión y sin temor de ofender. Los que durante el siglo xix represen-
          taron en Venezuela el Partido Federal o avanzado tenían, es cierto,
          lo que se ha dado en llamar dinamismo o afán de progreso, pero
          carecían en cambio de todo espíritu poético. Creían que progresar
          quería decir destruir. Y destruían sin descanso tanto en lo moral
          como en lo material para implantar sobre las ruinas sentimentales
          un progreso un poco caricaturesco porque no habiendo brotado
          espontáneamente por necesidad del medio se desprendía a grito de
          él. Una de estas medidas vandálicas fue ese decreto de 1872 por el
          cual se ordenaba la secularización de las monjas y gracias al cual se
          derribaron los tres viejos conventos coloniales. Es difícil describir
          el dolor y el escándalo que produjo entonces en Caracas semejante
          medida. Los conventos eran los relicarios vivos de tres siglos de
          Colonia. Situados en el centro de la ciudad alrededor de la Plaza
          Mayor, luego Plaza Bolívar, daban junto a la Catedral el tono de una
          arquitectura tosca y sobria, que tan bien armonizaba con el clima,
          el cielo, el paisaje. El decreto levantó una ola de indignación muda.
          Casi nadie se atrevió a protestar públicamente porque la protesta se
          pagaba muy cara. Solo una de las tres superioras, que era por cierto
          parienta política del presidente y era monja letrada, escribió una

          magnífica carta en la que protestaba, defendía sus derechos y pedía
          que le dejasen por lo menos trasladar su comunidad a las afueras de
          la ciudad. El presidente contestó que no podía acceder a tal peti-
          ción, que las comunidades tenían forzosamente que disolverse y
          que tal era en su concepto la manera de servir a Dios dentro del
          espíritu de su siglo. La superiora replicó de nuevo que ella no tenía
          autoridad suficiente para levantar la clausura de sus monjas, que les

          ordenaba al contrario la desobediencia al Estado y que, por lo tanto,
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