Page 57 - Influencia de las mujeres en la formación del alma americana
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56 56  INFLUENCIA DE LAS MUJERES EN LA FORMACIÓN DEL ALMA AMERICANA

          inocencia y alegría en una especie de baile de negros. Debo advertir
          que esta manera de honrar a San Pascual bailando no era especia-
          lidad de aquella criada, sino que es devoción muy común entre
          los negros de Venezuela. No es nada raro en Caracas que toquen
          todavía a la puerta de la calle y que aparezca entre las dos hojas una
          negra o mulata diciendo luego de saludar con amabilidad: “Vengo
          a ver si me hacen el favor de una limosnita porque estoy recogiendo
          para un baile que le ofrecí a San Pascual cuando la enfermedad de
          un hijo que tuve muy grave”. La limosna se da y el baile se celebra
          sin mucha devoción, pero con mucho aguardiente.
             Tanto la monja como la criada eran viejas sin llegar a ser decré-
          pitas. La monja era grave. Nunca hablaba del convento. Tenía la

          dignidad magnífica de los que han sufrido persecuciones sin
          quejarse, porque saben que de nada sirven las quejas. Sumados los
          dos espíritus daban el tipo de la monja humorista e intelectual a lo
          Santa Teresa y a lo sor Juana Inés de la Cruz. Yo creo que aquella
          Madre Teresa en su silencio tuvo un alma de poeta y que si entró en
          el convento fue para vivir entre los lirios del señor, pero fue también
          para vivir entre los libros. En aquellos tiempos y en nuestros medios,
          la mujer que se entregaba a estudio era una especie de fenómeno que
          se quedaba al margen de la vida. Este prejuicio estuvo tan arraigado
          en el alma de los hombres que existe muy vivo todavía. Para hacerse
          perdonar el andar entre libros hay que halagarlos escribiendo sobre
          temas de amor. “Mujer que sabe latín tiene mal fin”, se decía antes y

          se piensa ahora. Del desdén por la bachillera se pasaba bruscamente,
          una vez consagrada su fama, a una excesiva admiración que ence-
          rraba más curiosidad que aproximación de cariño. Ambas cosas: la
          incomprensión y el endiosamiento eran molestas para un alma deli-
          cada. En el convento en cambio, se podía vivir impunemente entre
          el silencio y los libros. Remontándonos dos siglos atrás, hallamos
          este caso demostrado en la historia de la vida y de la vocación de sor
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