Page 245 - Fricción y realidad en el Caracazo
P. 245

earle herrera


                       Hermosas mujeres. Amontonados automóviles
                       De otros asuntos luego diré,
                       Una multitud de nombre irrevelado descubre su
                                      8
                       secreto y embiste .

                  Esa multitud de nombre irrevelado es la Caracas anó-
              nima, la de millones de marginales y obreros que subsisten
              con el salario mínimo, la de ese enorme anillo que forma
              y conforma lo que la sociología urbana denomina «cin-
              turones de miseria»; la ciudad-tablitas que, con cáustica
              ironía, se inventa su toponimia para burlarse de su ano-
              nimato: «Los Sin Techo», «La vuelta del Casquillo», «La
              Dolorita», «El Estanque». Ciudad económicamente dis-
              tante y remota de la otra y espacialmente pegada a ella,
              parte de la misma. Entre ambas, la vieja urbe, la del casco
              central cuyas esquinas los viejos caraqueños bautizaron con
              no  menos  ingenio  y  humor:  «Misericordia»,  «Desampa-
              rado», «Muerto», «Párate bueno», «Tablitas» o «Miseria».
                  La mirada del poeta es integral e integradora: le canta a
              la ciudad de «hermosas mujeres» y «amontonados automó-
              viles» y, al mismo tiempo, a la anónima y marginal, «manto
              de los humildes», la que forma esa «multitud de nombre
              irrevelado». Y toda la ciudad, la de arriba y la de abajo, es
              para él «agua generosa y preciosísima / fiel y verdadera».
              El poema antes citado, cierra con una premonición: «una
              multitud de nombre irrevelado descubre su secreto y em-
              biste». Así fue, así ocurrió y su embestida recibió el nombre
              de Caracazo. El poeta recogió en verso lo que la gente decía
              por las calles, en los autobuses, en los bares y peluquerías:
              «ay, cuando bajen los cerros». Era un decir, y cuando el lobo


              8
                 Ibid., p. 14.
                                        245
   240   241   242   243   244   245   246   247   248   249   250