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ficción y realidad en el caracazo


            expresión periodística como la entrevista es objeto de aná-
            lisis por sus valores narrativos. A la convulsión de la época
            no iban a escapar las fronteras que separan y diferencian
            a los géneros.
                Literatos en todo el sentido de la palabra tomaron
            el tema de la violencia —o este los tomó a ellos, no im-
            porta— para la elaboración de sus escritos. Adriano
            González León entregó su celebrada novela País portátil
            (1968), con la que obtiene el Premio Biblioteca Breve (Es-
            paña). Miguel Otero Silva, narrador de vieja data, publica
            Cuando quiero llorar no lloro (1970), una novela que escu-
            driña la violencia a través de las vidas paralelas de tres
            jóvenes de tres estratos sociales diferentes: el marginal,
            representado por el malandro; el clase media, por un
            joven revolucionario; y el clase alta, por el joven patotero,
            el rebelde sin causa. Luis Britto García marcaría un hito
            en la narrativa venezolana con su obra Rajatabla (1970).
            Carlos Noguera nos contaría sus Historias de la calle Lin-
            coln (1971). Entre los cuentistas destacan Héctor Mujica,
            Héctor Malavé Mata, Enrique Izaguirre, Gustavo Luis
            Carrera, Jesús Alberto León.
                Domingo Alberto Rangel y Simón Sáez Mérida son
            dos dirigentes políticos que, provenientes del partido
            Acción Democrática, abandonan a esa organización, la
            dividen y fundan el Movimiento de Izquierda Revolucio-
            naria, que jugará papel protagónico en la lucha armada.
            Ellos son autores de las novelas Domingo de resurrección
            (1969) y Las grietas del tiempo (1969), del primero, y Los
            siglos semanales (1969), del segundo. Otros activistas gue-
            rrilleros dejarán su testimonio en la narrativa; Héctor de
            Lima, con sus Cuentos al sur de la prisión (1971); Eduardo
            Liendo, con Los topos (1975). El ya citado José Vicente

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