Page 105 - Fricción y realidad en el Caracazo
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earle herrera
y La muerte de Honorio (1963) de Miguel Otero Silva; La
galera de Tiberio (1938) de Enrique Bernardo Núñez; Ca-
sandra (1957) de Ramón Díaz Sánchez, así como pasajes
de El falso cuaderno de Narciso Espejo (1952) y La misa de
Arlequín (1962) de Guillermo Meneses. Es importante
destacar que, además de la novela, también el cuento, el
testimonio y el ensayo fueron géneros que recogieron y
expresaron la violenta realidad política y social del país.
Entre los ensayos destaca Memorias de un venezolano de la
decadencia (1936) de José Rafael Pocaterra, en el que los
géneros se cruzan, como si uno solo de ellos no le bastara
a este combativo escritor para expresar todo lo que repre-
sentó para el país la dictadura de Juan Vicente Gómez.
Este dictador, muchos de cuyos rasgos se adivinan en
El otoño del patriarca de García Márquez, moriría tran-
quilo en su cama, en pleno ejercicio del poder. Su muerte
física no significó su muerte literaria: muy por el contrario,
la producción bibliográfica sobre el déspota y su largo go-
bierno se incrementaría y se mantiene hasta nuestros días.
La literatura escrita por actores, testigos y víctimas de este
proceso es desigual y solo pocas obras de ficción perduran
por sus valores intrínsecos. El peso del documento, de
la información y de los hechos mismos se imponen casi
siempre al de la creación literaria como construcción del
lenguaje. Se privilegian la anécdota y el dato por encima
de la forma. En aras de la verdad histórica, se falsea la
verdad literaria. Las ficciones devienen entonces en repor-
tajes informativos que se pretenden objetivos. El cuento,
en crónica lineal sin mayor audacia literaria. La novela se
resiente cuando al narrador se le sobrepone el ensayista que
en lugar de narrar, se extravía en largas interpre taciones
de la historia. Pero, asimismo, perduran las creaciones
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