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de 1834, en forma incidental, pero clara y precisa, fijaba la función
            que incumbe al gobierno en la dirección y control de las actividades
            de la cultura. Así decía:

               La educación moral, la enseñanza literaria y científica, la escuela de
               artes, la industria y la filosofía, la instrucción política y religiosa,
               todo nace y se realiza en el seno de la sociedad; y a un Gobierno ilus-
               trado no debe de ser extraño en ninguno de los principios que abrazan
               estos conocimientos. Dejaría de representar dignamente a la socie-
               dad, sería una máquina inútil, en lugar de organismos necesarios, si
               las ciencias, las artes, las asociaciones, como los elementos y fuerza
               sociales se ocultasen a sus miradas y dejasen de coordinarse bajo su
               suprema inspección. 17

               A más de cien años de distancia, frente a condiciones diferentes
            de vida, en un mundo penetrado por principios contradictorios y
            presa del sacudimiento de grandes conmociones sociales, autores de
            otra mentalidad repiten el mismo pensamiento del tribuno conserva-
            dor venezolano, y no por conservadores precisamente. Mannheim
            habla de la necesidad de esferas de iniciativas culturales libres, pro-
            tegidas dentro de instituciones planificadas en forma tal que no pue-
            dan ser desviadas o derrumbadas, sin que ello esté en contradicción
            con los principios que rigen una sociedad democrática libre.
               Los criterios contrapuestos a que antes hemos aludido han ori-
            ginado largas discusiones que aún duran, pero cada día gana mayor
            terreno la intervención del Estado en la educación, que nada tiene
            de novedoso, ya que éste fue principio practicado en Esparta y en
            Atenas. Aristóteles, en el Capítulo VII de su obra Política, consagra
            que “el medio más eficaz para conservar los Estados es educar a los
            ciudadanos en el espíritu de los Gobiernos”. En Esparta, los niños,

            17. Fermín Toro, Reflexiones sobre la Ley de 10 de abril de 1834 y otras obras,
            Caracas, Ministerio de Educación Nacional, 1941, p. 35.


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