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118 Ecosocialismo l Andrés Bansart
La llamada izquierda ya casi no existe en Europa. Algunos jefes
de Estado son bandidos claramente identificados como tal, bien
conocidos, reconocidos y, sin embargo, elegidos con grandes mayo-
rías en un sistema que se atreven a calificarse todavía de “demo-
crático”. Estos individuos manipulan a menudo el poder judicial
y utilizan el poder legislativo para crear leyes que protegen sus
fechorías.
La ciencia y la tecnología, que había engendrado la Revolución
Industrial en el siglo XIX (sin mejorar la condición de vida de la
humanidad), produjo otro fenómeno al principio del siglo XX: la
atomización del trabajo. Nunca antes, la actividad laboral de cada
individuo se redujo a un grado tan impresionante de fragmenta-
ción y especialización con respecto a la configuración del producto
del trabajo. De este modo, muchísimos trabajadores (que antes
podían solidarizarse en los sindicatos) se encontraron aislados
y sin defensa a pesar de su apariencia de “pequeños burgueses”,
muy pequeños burgueses siempre amenazados por el desempleo,
la marginalidad y la pobreza.
En Europa, el obrero utilizado como productor de mercancía,
recibe, desde luego, un salario por su trabajo. Fuera de su tiempo
de trabajo, los mecanismos del capitalismo lo convierten en
comprador. De este modo, está involucrado, atrapado y manipulado
doblemente por la sociedad de consumo: como productor explotado
y como comprador de los objetos que debe producir. De este círculo
vicioso es casi imposible escapar si no se produce, al mismo tiempo,
un cambio radical de valores y una revolución política y social,
económica y ecológica.
“Trabajar más para ganar más”. Tal fue el lema de uno de los
farsantes que, gracias a fórmulas de este nivel de estupidez, llegó
a la jefatura de uno de los Estados europeos. ¿Qué significa eso?
Trabajar más, más y más, para aumentar el poder de compra, y
comprar más, más y más productos superfluos que no dan ni feli-
cidad y que contaminan el ambiente y las mentes.
Ya sabemos que por allá, en la vieja Europa y en su prolongación
norteamericana, no está el camino. Sabemos que si deseamos un