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Los mil y un marxismos


              En  el  marco  de  este  hábito  de  seccionar  al  marxismo,  muchas  veces  se
           escindieron sus categorías en categorías de/para la lucha y categorías de/para
           el análisis. Como si las categorías analíticas no remitieran a la praxis de los
           hombres y las mujeres, como si las categorías no estuviesen mediadas por los
           sujetos, como si los procesos y las estructuras marcharan por caminos distintos
           y no constituyeran una unidad. Vale decir que esta escisión es falsa y no está
           presente en Marx.
              Otros y otras propiciaron las mixturas, los ensamblajes. O, simplemente,
           los aceptaron como consecuencias lógicas de los procesos históricos de la peri-
           feria, en particular en aquellas sociedades (o formaciones económico-sociales)
           con tiempos fracturados y discontinuos, como las de Nuestra América; en f n,
           como efecto de las inevitables y maravillosas intromisiones del mundo y de
           la vida. Claro está, consideraron al lenguaje marxista como praxis y no como
           objeto. Es decir, como un lenguaje susceptible de ser enriquecido. Más que un
           marxismo actualizado, han preferido un marxismo reconstruido. Que es como
           decir: permanentemente construido. Una construcción que articula viejas y
           nuevas categorías; historia, experiencia y transmisión con descubrimiento. En
           f n, el mejor camino para reeditar la radicalidad originaria.
              Vale decir, también, que se puede ser marxólogos y no ser marxistas (o
           serlo de un modo superf cial). La tarea de los marxólogos ha sido y es inesti-
           mable. Ha aportado y aporta al conocimiento estricto y detallado de la obra
           de Marx y del conjunto de los autores marxistas, a su análisis sistemático. Pero
           la rigurosidad en el manejo de las fuentes marxistas, los cotejos eruditos, de
           ningún modo garantizan el ejercicio de un of cio crítico radical y el compro-
           miso con las praxis orientadas a la transformación del mundo. No todos los
           marxólogos han seguido y siguen las orientaciones de una f gura señera como
           la de David Riazanov. Luego, existe un modo insoportable de ser marxistas de
           algunos marxólogos que consiste en ser ganados por la tentación de convertirse
           en administradores del verbo y custodios de la interpretación. Lo mismo cabe
           para las marxólogas, claro está.
              Va de suyo que para ser marxista no necesariamente hay que ser marxó-
           logo o marxóloga. Porque el marxismo, en contra de lo que promueve cierto
           dandismo académico, no debería ser una etiqueta ni un signo de distinción
           intelectual. Por supuesto, un marxista debe asumir con esfuerzo y dedicación,
           a lo largo de toda su vida, la tarea de alcanzar, peldaño tras peldaño, todo el
           Marx que se pueda. Por supuesto, se puede hacer mucho con poco y poco con
           mucho. Muchos y muchas marxistas no conocieron los textos de Marx publi-
           cados tardíamente como La ideología alemana o los Grundrisse (producidos en
           1857 y 1858), entre otros, y eso no inhibió su capacidad de enriquecer la praxis
           marxista. A la inversa, otros y otras, que dispusieron de bibliotecas enteras y del
           ocio procurado por diferentes instituciones, no hicieron aportes signif cativos.


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