Page 63 - Marx Populi
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Mi guel M azzeo - M ar x po puli
Miguel Mazzeo - Marx populi
Desde hace algunas décadas también existe un “posmarxismo”. Como casi
todo lo que se designa como “pos”, tiende a f rmar certif cados de defunción a
diestra y siniestra y suele cargar con el lastre de la moda y con el consiguiente
riesgo de lo efímero y pasajero. En líneas generales, el posmarxismo puede ser
considerado un hijo legítimo del “giro lingüístico”. El posmarxismo vino a
proponer un nuevo determinismo: el determinismo de los símbolos, junto a
un nuevo reduccionismo que consiste en sobredimensionar los elementos pura-
mente discursivos de la lucha de clases que queda acotada a la lucha de signif -
cantes. El corolario: un marxismo sin ardores, demasiado enredado en los juegos
del lenguaje, la deconstrucción, la opción por lo fragmentario y el pensamiento
débil. Al asignarle primacía ontológica a lo simbólico y a lo discursivo, el posmar-
xismo ha tendido a desjerarquizar la explotación y la lucha de clases, disociando
las formas dispares de opresión que pesan sobre los diversos colectivos humanos
de la opresión específ ca de clase y de la división del trabajo. En consonancia con
estos planteos, el posmarxismo ha reivindicado una autonomía absoluta (no rela-
tiva) para lo político, en abierta contraposición a los planteos de Marx vinculados
a la alienación, la enajenación política, o la superstición política, que a su vez
están relacionados con las categorías de mistif cación y de fetichismo.
De este modo, frente a las dif cultades del marxismo para producir una
nueva política emancipatoria, el posmarxismo propone una política que
consiste en rellenar estratégicamente los signif cantes. No es para nada casual
que, en las últimas décadas, el posmarxismo haya sido la referencia teórica de
un conjunto de alternativas que abjuraron del anticapitalismo y asumieron
dicciones administrativas y “pospolíticas”; alternativas que suelen denomi-
narse, con sentidos que pueden ser o bien críticos o bien laudatorios, como de
“izquierda liberal” o como “neopopulistas”.
El culto por la ortodoxia cae en el fundamentalismo en un sentido literal,
remite a un supuesto retorno a los “principios originarios” y se manif esta como
arrogancia teórica y opresión intelectual, dado que impone la primacía del
código con la consiguiente ablación del pensamiento.
Más recientemente se planteó una diferenciación entre los marxismos del
siglo xix, el xx y el xxi. Se identif có un marxismo de preguerra, de entregue-
rras y de posguerra. Hasta se ha perpetrado el anacronismo que sugiere un
“marxismo dieciochesco”, modernizador y cientif cista.
Löwy reivindicó un “marxismo romántico” llamado a corregir los desaciertos
de la ilustración y, retomando a Mariátegui (entre otros pensadores marxistas),
le adosó a los fundamentos racionales del marxismo los derechos de la tradi-
ción, el sentimiento y, principalmente, de la praxis. De este modo, con un
gesto herético y en las adyacencias del desacato, Löwy resignif ca positivamente
uno de los componentes menos reconocidos del marxismo y de los más difa-
mados por la “cultura marxista”.
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