Page 67 - Marx Populi
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Miguel Mazzeo - Marx populi
                                 Mi guel M azzeo -  M ar x po puli

              Por supuesto, nunca conviene encarar la faena de la formación marxista
           en soledad. Creemos que las cimas del marxismo sólo se alcanzan en el marco
           de procesos colectivos. Más allá de los necesarios momentos de introspección
           individual, jamás la soledad y el aislamiento pueden ser las condiciones óptimas
           para el pensamiento, menos aún para el pensamiento crítico y emancipador.
              El mismo Marx, frente a las tempranas interpretaciones empalagosas de su
           obra y su pensamiento, frente a los recortes que sugerían caricaturas, llegó a
           af rmar que no era marxista. Esto se lo dijo alguna vez a su yerno Paul Lafargue.
           Es decir: sostuvo que él no se reconocía en muchas formulaciones y planteos
           que invocaban su pensamiento en vano, porque lo tergiversaban o lo acotaban,
           porque querían hacer cuadrada o rectangular una obra que es poliédrica. Como
           dice Aldo Casas en su libro Karl Marx, nuestro compañero: “Marx fue el primer
           crítico del marxismo”.
              Sin dudas, Gramsci fue uno de los discípulos del maestro de Treveris más
           certeros cuando, inspirado en Labriola, def nió al marxismo como la f losofía
           de la praxis (y no precisamente una “f losofía de la materia” o una “f losofía del
           logos”). Una f losofía que exige una teoría crítica: de la economía política, de la
           ideología, la cultura, etc. Una praxis que articula ciencia y ética, racionalidad y
           fraternidad, crítica y acción social concreta. Gramsci era perfectamente cons-
           ciente de los alcances de esa def nición, que no debería considerarse una expre-
           sión derivada de una estrategia de disimulo con el f n de eludir la vigilancia
           carcelaria. Podría haber utilizado otras alternativas de encubrimiento.
              La def nición gramsciana pone en evidencia una dimensión fundamental
           de esa peculiar f losofía: el marxismo no sólo se limita a dar cuenta de la praxis
           o a ref exionar sobre su objeto, también la desea fervientemente y busca impul-
           sarla.  A  su  modo,  el  jesuita  francés  Jean  Yves  Calvez  retomó  la  def nición
           gramsciana cuando sostuvo que el marxismo era una “teoría del actuar”. La
           contribución a la praxis es inherente al marxismo, está inscripta en su ADN,
           lo mismo que su constitución en un componente más –uno categórico– de la
           praxis. Como se verá más adelante, nosotros y nosotras preferimos def nir esa
           f losofía de la praxis, con su inalterable afán por lo concreto, directamente,
           como una antif losofía.















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