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La idea de necesidad histórica y otras asperezas similares
en política, la idea de necesidad histórica ha sido requerida para fundamentar
las posiciones sacrif ciales basadas en supuestas “misiones históricas” que
postergan el principio del placer, reprimen el éxtasis y promueven el discipli-
namiento y la derrota inapelable de eros.
Con su conf anza ciega en el progreso lineal y en la posibilidad de una
“práctica absoluta”, con la supremacía asignada al pensamiento abstracto,
con su subestimación de la experiencia concreta (concebida como una mera
“vivencia”, negando sus aspectos indentitarios y gnoseológicos), la idea de
necesidad histórica operó como un freno a la potencialidad crítica y eman-
cipadora del marxismo. Fue y sigue siendo su cinturón de castidad. Su sayo
abigarrado. O su cruz. Le adosó una teoría de la Historia que no necesitaba
y que funcionó como una teoría general de las condiciones fundamentales de
la vida humana. Lo obligó a cargar sobre sus espaldas el peso muerto de un
inviable sujeto histórico global y abstracto. Lo impregnó de solemnidad prin-
gosa. Opacó la lucidez de sus análisis. Sirvió para que sus “categorías tenden-
ciales” se confundieran con “categorías fatalistas”, para que los condiciona-
mientos históricos se trocaran procesos inevitables. De este modo, el proceso
dialéctico se leyó en clave de progreso histórico donde imperaba la astucia de
la razón, donde el futuro se consideraba como “progreso” del presente. Las
nuevas formas se vieron como (fases) necesarias e históricamente “superiores”
y se reelaboró el esquema del trayecto triunfal de la autoconciencia de Hegel
en una clave materialista. En lugar de la idea absoluta, se estableció una especie
de demiurgo material que sirvió para reposicionar una dialéctica teleológica y
monista que, como la de Hegel, también estaba desf gurada por el misticismo.
En f n, se instituyó una especie de Dios “moderno”.
En muchas ocasiones, la idea de necesidad histórica terminó desdibujando
algunos de los rasgos del marxismo que nosotros y nosotras consideramos
los mejores y los más distintivos; entre otros: una concepción de la historia
ubicada en las antípodas de la que se deriva de la idea de necesidad histórica,
esto es, la historia como producto de la praxis; la predisposición dialéctica
a pensar a partir de totalidades concretas y específ cas y no desde principios
teóricos o identidades y partes abstractas; la vocación por ampliar constan-
temente su objeto; las orientaciones tendientes a superar la dialéctica de lo
Uno; su indeclinable opción ética por las personas explotadas y oprimidas; su
impronta antiautoritaria y su ethos humanista. Hablamos de una ética que no
es utilitarista, ni dogmática, ni absolutista, sino humanista. Tampoco es una
ética de la impotencia porque no se centra en la condena de lo que a priori se
establece como inevitable. Una ética asociada a los hombres y mujeres reales y
a la creación de condiciones para una vida digna. Una ética que constituye la
base de muchas de las categorías marxistas.
Las invocaciones a la necesidad histórica inhibieron el desarrollo de los
procesos de conexión orgánica y transposición cultural y limitaron las
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