Page 75 - Marx Populi
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                                 Miguel Mazzeo - Marx populi
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           (abierto, crítico, herético, etc.) a la hora de admitir las contradicciones en el
           propio Marx. Sucede que a menudo deseamos un Marx imposible, de una
           sola pieza, una especie de Dios omnisciente o un “segundo Dios”; tal vez, a
           modo de conjuro de la complejidad del mundo y de nuestras incertidumbres
           y angustias. Tememos que en cada contradicción habite alguna inconsistencia
           de fondo. Pero eso no es así necesariamente, y mucho menos en el marxismo.
           Más allá de “lo mismo” que aparece ora rechazado, ora estimado. Luego, la
           heterodoxia marxista no ha sido ajena a los modos de las religiones fundadas
           en textos, concretamente: en libros.
              Casi sin darnos cuenta aspiramos a la seguridad aparente que emana de la
           unidad, la coherencia y la armonía doctrinaria. Solemos malgastar el tiempo
           en la búsqueda de un orden permanente en las palabras que nos conf rme un
           orden permanente de las cosas. Practicamos el of cio de los talmudistas. Por
           puro formalismo pretendemos dar cuenta de los diversos grados de sentido de
           cada pasaje de la obra de Marx. Pasamos por alto que la enfática negación de
           las contradicciones e incompatibilidades en Marx fue y sigue siendo uno de
           los trazos que funciona como insignia del marxismo dogmático, tanto en sus
           versiones estalinistas, como en muchas de sus versiones antiestalinistas. Pocas
           veces nos preguntamos si las praxis y los proyectos emancipadores realmente
           necesitan de sistemas unif cados de proposiciones. ¿Acaso los segundos tornan
           más ef caces a los primeros? Poco o nada aportan los procedimientos exegé-
           ticos a las luchas populares y a las praxis emancipatorias, sobre todo cuando
           devienen un f n en sí mismos, cuando lo que importa es la f delidad a la letra
           y el ejercicio de la “literalidad” política. Además, como señalaba Lenin, estos
           procedimientos suelen encubrir tergiversaciones.
              Sin lugar a dudas, es mejor reconocer las tensiones que atraviesan la obra
           de Marx, ser conscientes de que habitan en ella dos fuentes: una objetivista,
           estructural y teleológica, y otra subjetivista y política, relacional y situacional.
           Una ontológica y otra dialéctica (o una que remite a una dialéctica general de
           lo real y otra a una dialéctica particular y situacional). Una “arquitectónica”
           y otra “emocional”. Una se basa en la preeminencia del ser sobre el conoci-
           miento y el devenir; la otra, en la preeminencia de la praxis social sobre lo
           real. Una recurre a lenguajes descriptivos y normativos; la otra, a lenguajes
           “irregulares”. Una prioriza las estructuras (o las instituciones, o la ley) sobre
           los sujetos, la otra procede a la inversa. Una se funda en la lógica formal; la
           otra, en la lógica relacional. Una pref ere partir de la ciencia; la otra, de la
           especulación o la experiencia. Una tiende a escindir lo económico de lo polí-
           tico, la otra no. Una se centra en el despliegue “objetivo” de las clases sociales
           en el marco del modo de producción; la otra, en la interacción entre las
           mismas, en la lucha de clases en el marco de las distintas formaciones econó-
           mico-sociales. Una pone el acento en la dirección; la otra, en la potencia.
           Una sirve al Príncipe; la otra, al antipríncipe (¡y a la antiprincesa!). Una es

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