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Tensiones. Releer el marxismo desde la perspectiva de nuestros problemas


           intransigente en la preservación de la coherencia y la seguridad teórica y, a
           veces, de los amparos ideológicos; la otra pref ere vivir el vértigo y la incerti-
           dumbre de la praxis. Una se preocupa más por la verdad que por la justicia, la
           otra concede primacía a la segunda y la considera inseparable de la primera.
           Una se siente más cómoda en la prescripción; la otra, en la elucidación. Una
           pref ere la armonía; la otra, el contrapunto. Una se inclina por la dimensión
           utilitarista; la otra, por la dimensión utópica. A una le va mejor el método
           deductivo; a la otra, el método inductivo.
              Por cierto, ambas vertientes, ambos lenguajes marxistas, a lo largo de los
           años, han generado sus propias vulgarizaciones: desde el monismo economi-
           cista cientif cista (y fatalista) hasta el voluntarismo que erige a la conciencia
           en antítesis de la materia; desde el empirismo al espiritualismo; desde el posi-
           tivismo sociológico o el realismo ingenuo hasta la f losofía especulativa, el
           fenomenalismo o el misticismo especulativo. Hay que evitar la asociación de
           las vertientes con sus vulgarizaciones. Porque todas las vertientes, nos gusten
           más o menos, presentan sus momentos de verdad. Luego, se trata de tensión,
           incluso  podríamos  hablar  de  una  hendidura,  pero  no  necesariamente  de
           inconsecuencia. Porque también se dieron los momentos de “reconciliación”,
           particularmente en la utopía que sirvió y sirve para diluir toda trascendencia,
           sea del objeto, sea del sujeto. Cuando la utopía es “concreta” y “realista”,
           cuando no reviste formatos enajenadores, está en condiciones de articular
           ciencia y deseo, ciencia y proyecto.
              En rigor de verdad, esas tensiones se corresponden al esfuerzo de Marx por
           compenetrarlas por la vía de la praxis sin resignarse jamás a que cada polo haga
           su camino desatendiendo al otro. Allí, creemos, radica un punto alto de la
           originalidad del marxismo. Pero es un punto que no puede soslayar los desga-
           rramientos y los malos entendidos. Porque no siempre esa compenetración
           resulta simple y directa, y no siempre se llega a una síntesis. A veces predomina
           la contradicción irresoluble, y la síntesis o la mera mezcla resultan compli-
           cadas o inviables. Podríamos sintetizar este campo de tensiones apelando al
           tándem ciencia y ética, también podríamos hablar de pensamiento y existencia
           concreta, de abstracción y mundo de los fenómenos, o de lo inevitable y lo
           posible, de oráculos y profecías.
              Sabemos que el joven Marx, en carta a Arnold Ruge en 1843, decía: “No
           tratamos de anticipar dogmáticamente el mundo, sino que queremos encon-
           trar el mundo nuevo por medio de la crítica del viejo”; o que, en la Tesis II sobre
           Feuerbach de 1845 manifestaba que “el problema de si la verdad objetiva le
           compete al pensamiento humano, no es un problema teórico sino un problema
           práctico”; mientras que en la Tesis III sobre Feuerbach, opinaba que “la doctrina
           materialista según la cual los hombres son los productos de las circunstancias
           y de la educación olvida que las circunstancias precisamente son modif cadas
           por los hombres y que el educador mismo tiene necesidad de ser educado”.

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