Page 81 - Marx Populi
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Miguel Mazzeo - Marx populi
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           forma paralela, veía una rémora en la “base nacional” de la industria y plan-
           teaba que sólo los reaccionarios podían lamentar la pérdida o el deterioro de
           dicha base. Irremediablemente, el pensamiento dominante en el siglo xix se le
           colaba a Marx por algunos f ancos y es una necedad negarlo y, mucho peor,
           persistir en esa línea de razonamiento.
              De este modo se consolidaron las visiones dogmáticas, esquemáticas,
           deterministas  y  monistas  que  no  lograban  distinguir  las  diferencias  en
           las causalidades que rigen a las fuerzas productivas y a las relaciones de
           producción. La revolución debía ser universal y absoluta o no sería nada;
           y además era concebida más como efecto de las estructuras (del desarrollo
           material) que de la intervención consciente de los sujetos. A pesar de que
           el proceso histórico se encargó de refutar estas visiones, todavía se siguen
           invocando abiertamente o subyacen como sustrato teórico para distintas
           formulaciones políticas.
              Y  es  que  la  idea  de  necesidad  histórica  porta  unas  supuestas  destrezas
           exorcizantes. El marxismo tradicional no dejó de dar cabida a la infausta
           fórmula: someter para emancipar; mientras justif có costos y sacrif cios injus-
           tif cables. No contempló la capacidad de las clases subalternas y oprimidas de
           apropiarse y resignif car algunas ligaduras sociales no modernas. Apeló reite-
           radamente a una f gura de lo “arcaico”, una construcción teórica de signo
           evolucionista que hizo (y, lamentablemente, sigue haciendo) estragos en el
           marxismo. ¿Se puede calif car livianamente como arcaico a todo aquello que
           cohesiona a colectivos humanos en los que anida un proyecto civilizatorio
           alternativo? Luxemburgo fue una temprana y brillante excepción a la hora de
           ver esas facetas de lo dizque arcaico y de señalar sus potencialidades emanci-
           patorias, no solo en el mundo periférico, sino también en los países centrales.
           En Nuestra América el itinerario de las excepcionalidades fue más fecundo y,
           como hemos visto, encontró en Mariátegui la primera estación.
              Por supuesto, hubo otras excepciones, comenzando por el propio Marx, en
           varios pasajes de su obra, incluyendo, por supuesto, a El Capital. Además de
           los textos citados arriba, cabe agregar a modo de ejemplo: los Elementos funda-
           mentales para la crítica de la economía política 1857-1858, más conocidos como
           Grundrisse; o en el Libro I, Capítulo VI. Resultados del proceso inmediato
           de producción (“inédito”) de El Capital, escrito entre 1963 y 1968; o en el
           Cuaderno Kovalevsky de 1879 y, sobre todo, en la Carta de Carlos Marx a Vera
           Zasulich de 1881.
              El concepto o, si se pref ere, la hipótesis del “modo de producción asiático”
           y su despliegue desde los inicios de la década de 1850, junto con su interés cada
           vez mayor en las Formaciones económicas precapitalistas, enriquecerán su visión
           del “mundo arcaico”, “de las formas primitivas” o del “despotismo oriental”.
           Irán conformando un sustrato más apto para la crítica de los aspectos opresivos


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