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Marx y Felipe Varela...


           en potencia y, además, carentes de toda inteligencia estratégica. El quijotesco
           caudillo Varela sólo cabe en su grandiosa teodicea como momento a ser supe-
           rado y El Pozo de Vargas como la expiación de un error.
              Ese  Marx,  inclusive,  podría  haber  visto  en Varela  y  en  sus  montoneros
           un signo del embrutecimiento característico de la vida rural, una auténtica
           manifestación de la barbarie y el localismo, una expresión representativa de los
           pueblos sin posibilidades de situarse a la cabeza del progreso. Perfectamente
           podría  haber  partido  de  la  dicotomía  campo-ciudad,  propiedad  feudal-
           propiedad capitalista, descentralización-centralización. En esta caracterización
           seguramente hubiera coincidido con Mitre y, conjeturamos, con Domingo F.
           Sarmiento. Todos mancomunados, compartiendo los afanes totalizadores de la
           constelación moderna y burguesa.
              Para el Marx de Feinmann, Varela estaba derrotado de antemano, senten-
           ciado por la historia, por una razón implacable que, a la corta o la larga (por
           medios  lineales  o  apelando  a  alguna  “astucia”),  terminaría  imponiéndose.
           Desde un punto de vista ético y moral el Marx de Feinmann está con los
           oprimidos, pero desde el punto de vista “científ co” está convencido de que
           la contradicción se resolverá indefectiblemente a favor de la necesidad y la
           inevitabilidad histórica. En Marx, insinúa Feinmann, la perspectiva cognos-
           citiva (la teoría) estaría separada de la perspectiva ética, o sería una ética de
           la impotencia. Lo que explicaría el desgarramiento interno entre el sociólogo
           y el ético, entre el teórico lúcido del modo de producción capitalista cuya
           tarea lo conmina al solipsismo y al egoísmo, y el militante revolucionario que
           nunca pierde de vista la presencia del otro y la otra y que, precisamente por
           esa aptitud de reconocimiento hacia los y las semejantes, es arrancado una y
           otra vez de su soledad.
              Marx no tomaría en cuenta el trasfondo colonialista, no ético y abso-
           lutamente  inmoral  de  la  perspectiva  teórica.  Por  cierto,  en  la  invención
           de  Feinmann,  Marx  aparece  hablando  para  unos  objetos,  especie  de  “no
           agentes” a quienes no reconoce como subjetividad (y cuya suerte considera
           ya decidida), mientras que Varela simplemente habla con Marx. La mirada
           de Marx sería cósmica y abstracta, la de Varela está focalizada en el “aquí y
           ahora”. Nosotros creemos que en Marx el rigor científ co, la disciplina en el
           estudio de la realidad, tiene como f n ayudar a constituir un sujeto ético que,
           necesariamente, debe ser un sujeto indisciplinado. Hay una disciplina cuyo
           objetivo es fundar una indisciplina.
              El Marx de Feinnman asigna prioridad a los principios teóricos, a unas
           supuestas “verdades universales” (leyes sí, pero estáticas), al demiurgo material
           que mencionábamos (que se parece mucho a un remedo de la idea absoluta que
           se desarrolla a sí misma); en f n, a unas abstracciones. Aferrado a una visión
           teleológica de la historia, saturado de siglo xix, no contempla las “posibilidades


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