Page 88 - Marx Populi
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Marx y Felipe Varela...
falacia reduccionista, descontextualizada y acrítica de la racionalidad instru-
mental eurocéntrica y que sea capaz de incluir al extenso conjunto de dimen-
siones de una realidad histórica heterogénea, discontinua…
Nosotros y nosotras consideramos que la superación de esas contradic-
ciones está presente en el propio Marx. Porque Marx, de algún modo, dejó
sentada las bases para ser “corregido”, bases referidas a una dimensión auto-
crítica de la modernidad y a criterios de racionalidad alternativos a los del
capitalismo. La frase necesaria se puede reemplazar por una simple palabra:
praxis. La praxis es el antídoto contra la teleología y el formalismo, es un
programa de experimentación constante, la principal fuente de la creación,
el fundamento de la política de la transformación. La praxis es imprescin-
dible para mediar entre conocimiento y ética. Para conjurar las éticas de la
impotencia. Para trocar la necesidad en posibilidad concreta. Y para hacer
de un espectador un actor protagónico. La praxis conmueve a las “f lo-
sofías primeras”, a los sistemas compactos. Hace tambalear a la idea del
saber absoluto. Invita a abandonar todo proyecto que pretenda pensar lo
incondicionado.
Hablamos de una praxis en sentido radical, instituyente, contrapuesta a la
necesidad histórica, a sus automatismos encubiertos y su dictadura f nalista.
Una praxis que colisiona con lo que Marx af rmaba en la Crítica de la f losofía
del derecho de Hegel: la “historia no hace nada a medias, y atraviesa muchas
fases cuando quiere conducir una vieja forma social a la tumba”. Ese sentido de
la praxis, que reconoce que la historia sí hace las cosas “a medias”, sobre todo
en la periferia, seguramente le hubiese servido a Lenin para ver en Varela “el
eslabón más débil”; a Trotsky para detectar expresión del “desarrollo desigual y
combinado”. A ambos les hubiese bastado para delinear una estrategia política
donde el caudillo y sus gauchos alzados perfectamente podían fungir como
el factotum de la revolución permanente. Dejamos librado a la imaginación
del lector y la lectora los elementos emancipatorios que podrían haber detec-
tado en la gesta montonera marxistas como Gramsci, Luxemburgo, Benjamín,
Bloch... Suponemos que muchos.
En algunas de sus manifestaciones (sobre todo cuando aparece como
impulso más que como límite), la idea de necesidad histórica incorpora a la
praxis pero de manera subordinada: la praxis concebida como “praxis nece-
saria”, la praxis como algo que está inscripto en el movimiento objetivo de la
historia. En efecto, aquí se realza la actividad humana, pero como “actividad
necesaria” que responde a ciertas leyes. En realidad es una antipraxis, una exis,
disfrazada de praxis. La concepción de la historia sigue siendo lineal, no da
cabida a las incesantes ramif caciones, al exceso que produce la autoactividad
popular a partir de los materiales disponibles y las condiciones imperantes, lo
que se contradice de plano con la dialéctica.
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