Page 78 - Marx Populi
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Tensiones. Releer el marxismo desde la perspectiva de nuestros problemas
en estas leyes materiales de una sociedad dada, leyes abstractas, aplicables por
igual a todas las formas sociales”.
En una línea similar, en el Prólogo a la edición alemana del Manif esto
comunista de 1872, Marx y Engels, sostuvieron que la “aplicación” de los
principios expuestos en este panf eto genial estaba atada en todo tiempo
y lugar a las circunstancias históricas existentes. En efecto, después de la
Comuna de París de 1871, Marx y Engels, en diversos textos, se encargarán
de reforzar los f ancos más débiles del Manif esto comunista y actualizarán
algunos de los puntos que habían perdido vigencia o que resultaban anti-
cuados por el paso del tiempo. Finalmente, en la carta al director de la revista
Otiechéstvennie Zapiske, de 1877, Marx refutará las opiniones que deducían
de su obra una “teoría histórico-f losóf ca de la marcha general que el destino
le impone a todo pueblo”; en especial tomaba como referencia las posiciones
de N. K. Mijailovsky, expresión del punto de vista compartido por un grupo
de populistas rusos.
En reiteradas ocasiones, Marx y Engels se encargaron de señalar que no es la
historia la que usa a los hombres y a la mujeres como medio para alcanzar sus
objetivos, sino que la historia no es otra cosa que actividad humana. Decían
Marx y Engels en La Sagrada Familia que “la historia nada hace; no posee
una inmensa riqueza, no lucha ninguna lucha” y que, por el contrario, son
los hombres y las mujeres vivos y reales quienes todo lo hacen. Marx también
se encargó de rechazar cualquier sucesión mecánica entre los diversos modos
de producción. En efecto, en Marx (sobre todo en Marx) están presentes los
elementos idóneos para una interpretación no determinista de la historia.
Pero estas y otras sugerencias del mismo tenor no fueron atendidas y,
durante mucho tiempo y en muchos lugares, primaron las páginas, numerosas
por cierto, que avalaban lo contrario. El Capital, tal como quería Plejanov,
muchas veces funcionó como el lecho de Procusto de los socialistas, como
una máquina de mutilar contingencias históricas en pos de unas armonías
abstractas. Muchos revolucionarios y muchas revolucionarias del mundo
entero se convencieron de la necesidad de darle un tiempo al capitalismo para
que roturara la tierra. Porque la sociedad altamente industrializada aparecía
como la precondición indispensable para el socialismo. Todo lo que no era
gran industria y monopolio se consideraba empeñado en frenar el avance del
capitalismo y, por consiguiente, correspondía al universo “pequeño burgués”
y “reaccionario” (verbigracia: el campesinado). La tendencia estaba “científ -
camente” demostrada. Todo era cuestión de tiempo. El sepulturero tenía una
forma única y predef nida, igual que sus posibles “aliados”. Y había que espe-
rarlo. Como a Godot.
En algunas ocasiones, desde el marxismo se celebró la acumulación
originaria como una gesta; es decir: se aplaudió el genocidio generalizado.
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