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Tensiones. Releer el marxismo desde la perspectiva de nuestros problemas


           en estas leyes materiales de una sociedad dada, leyes abstractas, aplicables por
           igual a todas las formas sociales”.
              En una línea similar, en el Prólogo a la edición alemana del Manif esto
           comunista de 1872, Marx y Engels, sostuvieron que la “aplicación” de los
           principios  expuestos  en  este  panf eto  genial  estaba  atada  en  todo  tiempo
           y  lugar  a  las  circunstancias  históricas  existentes.  En  efecto,  después  de  la
           Comuna de París de 1871, Marx y Engels, en diversos textos, se encargarán
           de reforzar los f ancos más débiles del Manif esto comunista y actualizarán
           algunos de los puntos que habían perdido vigencia o que resultaban anti-
           cuados por el paso del tiempo. Finalmente, en la carta al director de la revista
           Otiechéstvennie Zapiske, de 1877, Marx refutará las opiniones que deducían
           de su obra una “teoría histórico-f losóf ca de la marcha general que el destino
           le impone a todo pueblo”; en especial tomaba como referencia las posiciones
           de N. K. Mijailovsky, expresión del punto de vista compartido por un grupo
           de populistas rusos.
              En reiteradas ocasiones, Marx y Engels se encargaron de señalar que no es la
           historia la que usa a los hombres y a la mujeres como medio para alcanzar sus
           objetivos, sino que la historia no es otra cosa que actividad humana. Decían
           Marx y Engels en La Sagrada Familia que “la historia nada hace; no posee
           una inmensa riqueza, no lucha ninguna lucha” y que, por el contrario, son
           los hombres y las mujeres vivos y reales quienes todo lo hacen. Marx también
           se encargó de rechazar cualquier sucesión mecánica entre los diversos modos
           de producción. En efecto, en Marx (sobre todo en Marx) están presentes los
           elementos idóneos para una interpretación no determinista de la historia.
              Pero  estas  y  otras  sugerencias  del  mismo  tenor  no  fueron  atendidas  y,
           durante mucho tiempo y en muchos lugares, primaron las páginas, numerosas
           por cierto, que avalaban lo contrario. El Capital, tal como quería Plejanov,
           muchas veces funcionó como el lecho de Procusto de los socialistas, como
           una  máquina  de  mutilar  contingencias  históricas  en  pos  de  unas  armonías
           abstractas.  Muchos  revolucionarios  y  muchas  revolucionarias  del  mundo
           entero se convencieron de la necesidad de darle un tiempo al capitalismo para
           que roturara la tierra. Porque la sociedad altamente industrializada aparecía
           como la precondición indispensable para el socialismo. Todo lo que no era
           gran industria y monopolio se consideraba empeñado en frenar el avance del
           capitalismo y, por consiguiente, correspondía al universo “pequeño burgués”
           y “reaccionario” (verbigracia: el campesinado). La tendencia estaba “científ -
           camente” demostrada. Todo era cuestión de tiempo. El sepulturero tenía una
           forma única y predef nida, igual que sus posibles “aliados”. Y había que espe-
           rarlo. Como a Godot.
              En  algunas  ocasiones,  desde  el  marxismo  se  celebró  la  acumulación
           originaria como una gesta; es decir: se aplaudió el genocidio generalizado.


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