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Los mil y un marxismos
El marxismo “a secas” se perf la como la “mano invisible” del marxismo.
Sus cultores le asignan a su militancia el carácter de una fuerza correctiva
(autocorrectiva). En dos extremos contrapuestos, el marxismo-leninismo en su
formato tradicional y el marxismo analítico pueden ser considerados como dos
versiones del marxismo “a secas”.
El primero se asume como dialéctico y no reniega en absoluto de la
lucha de clases ni la considera una abstracción teórica. Todo lo contrario.
Asimismo, conserva las inquietudes por la estrategia política. Pero reitera los
tradicionales incidentes dogmáticos y vulgares: una dialéctica acotada a los
límites del DIAMAT, una visión ultrasimplif cada de la lucha de clases (tanto
de la “lucha” como de las “clases”) que no contribuye a labrar las continui-
dades de las experiencias plebeyas y que no da cuenta de diversas situaciones
de subyugación.
Es decir, la dominación social queda reducida a la dominación “material”
de clase y sigue considerando a la fábrica como el ámbito por excelencia de
la luchas de clases. Como hace 50 años, el ojo está puesto en los espacios
productivos de mercancías y poco y nada en los espacios reproductivos de la
vida. Luego, tiende a asumir los conceptos categoriales del marxismo como
transhistóricos, e insiste en la neutralidad y la autonomía de las diversas
tecnologías, ya sean industriales, políticas, culturales, etc. Por estos motivos,
entre otros, el marxismo-leninismo no ha realizado aportes sustanciales en
las últimas décadas, ni en materia crítica, ni en materia estratégica. Continúa
aferrado al manual y al partido. Su idea de la revolución social extrae la
poesía del pasado (por ejemplo, de la Revolución Rusa) y no del futuro.
Desde este emplazamiento, experiencias tan relevantes para el desarrollo del
marxismo, como pueden ser el neozapatismo o el chavismo plebeyo, entre
muchas otras más, han sido tildadas como “posmarxistas”.
El segundo presenta a un conjunto de autores que se reconocen a sí
mismos como no bullshit marxists (“marxistas sin pamplinas”). Sin contra-
decir los buenos aportes de autores como Cohen, Brenner, Olin Wrigth, lo
cierto es que predomina en ellos una visión que tiende a soslayar la dialéc-
tica. Por cierto: la dialéctica aparece conformando el núcleo mismo de “las
pamplinas”. En aras de un supuesto rigor, asignan una jerarquía concep-
tual que subestima algunas categorías marxistas. Así, terminan priorizando
análisis causales y asumiendo posturas cuasi positivistas o, directamente,
reducen el marxismo a una formalización. John Roemer, por ejemplo, basa
su visión de la explotación y las clases sociales en modelos neoclásicos.
Otros autores apelan a la teoría de los juegos o a la teoría de la elección
racional. La gran mayoría muestra su predilección por el individualismo
metodológico. La elipsis de la dialéctica va de la mano de la elipsis de la
lucha de clases y la estrategia política.
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