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Miguel Mazzeo - Marx populi
Mi guel M azzeo - M ar x po puli
postulados de la modernidad y del iluminismo, y todo aquello que el marxismo
compartía con el “humanismo burgués”: una concepción teleológica y deter-
minista, ascendente y unidireccional del desarrollo histórico, principalmente
la idea del progreso ininterrumpido o la idea –absurda desde todo punto de
vista– de que “lo último” siempre es mejor a “lo anterior”; algunas tenden-
cias a la cosif cación del sujeto (presentes en las versiones más dogmáticas del
marxismo) y una cultura anticontemplativa y, por ende, seriamente limitada
para captar la belleza y la humanidad y altamente destructiva de la naturaleza.
Vale aclarar que esta concepción del progreso teleológica, determinista,
ascendente y unidireccional no dejaba de ser, en última instancia, una concep-
ción emparentada con ideales y proyectos a largo plazo. Pero sucede que, en
buena parte de Nuestra América y a lo largo de su historia “moderna”, las
clases dominantes asumieron, en los hechos, el inmediatismo más grosero
que fue el correlato de las diversas formas de saqueo, desde las más directas
hasta las más sutiles.
Tanta adjetivación, indirectamente, promovió la af rmación sustantiva y
así también tenemos un marxismo “a secas”. Pero tal vez este sea uno de los
menos f ables: se adjudica la autoridad interpretativa y una función rectora;
reivindica un marxismo estable y constante y en estado puro, sin inf ltraciones;
niega contextos, mediaciones y subjetividades; no reconoce intercambios y
procesos miméticos; rechaza las progresivas estratif caciones de aportaciones;
tiende a negar la esfera axiológica. Le asigna al marxismo el estatuto de un saber
acabado. Tampoco da cuenta de aquellos elementos incorporados colectiva-
mente bajo la forma de representaciones e imaginarios con los que (o mejor: en
los que) tiene que interactuar de manera indefectible. Peor aún: ve en ellos una
amenaza y una fuente de decadencia teórica. Se considera autoengendrado y,
por ende, no escapa al vicio de la autoreferencialidad.
Algunos y algunas marxistas “a secas” se pueden parangonar con los
inquisidores de Galileo Galilei: se aferran a las verdades preconcebidas e
impugnan la experiencia concreta, la realidad. También se asemejan a Juan
Ginés de Sepúlveda, quien negaba la humanidad de los pueblos originarios
de Nuestra América porque no eran mencionados en la Biblia y porque
eran diferentes a todo lo conocido hasta entonces desde Europa. Por cierto,
abundan los modos de leer El capital (y la obra de Marx en general) asimi-
lables al método de Sepúlveda.
El marxismo “a secas” no deja de exhibir altas dosis de jactancia mien-
tras blande un fósil, un abalorio teórico. Siguiendo a Adorno, debemos tener
presente que la teoría concebida como def nitiva y universal se objetiva frente
al hombre y a la mujer que piensa. Desde este emplazamiento, la teoría indi-
rectamente promueve una actitud acrítica frente a la pseudorealidad de las
objetivaciones del capitalismo.
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