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Los mil y un marxismos


           supera el temor de impregnarse del olor de esa realidad, el temor de ser noso-
           tros mismos y nosotras mismas. Un marxismo abierto a las diversas formas
           del conocimiento.
              La f gura del hedor remite a unos modos no occidentales, no europeos y
           no burgueses de conocer. Unos modos que toman en cuenta el lado vivencial
           y afectivo de las cosas. De ahí el sentido que se puede derivar de la situación,
           referida por Kusch, en la que el Inca Atahualpa huele la Biblia que le presenta
           el fraile Valverde. El mismo sentido que, posiblemente, podamos identif car
           en el horizonte político-gnoseológico asumido por Pier Paolo Pasolini (como
           vimos más arriba, un “marxista visceral”) al colocarle un título como El olor
           de la india a su crónica de viaje por ese país. Para conocer a través del olfato,
           se impone la cercanía, el contacto físico. Para lograr una profunda compren-
           sión de los procesos de descomposición históricos o para reconocer lo que
           constituye un abono, es inevitable atravesar la experiencia de la repugnancia,
           de la náusea. Para conocer el mundo no-occidental, el mundo no-pulcro, es
           necesario hacer caer algunas representaciones y algunas represiones, superar
           algunas  convenciones  occidentales  y  atildadas:  la  barrera  del  asco,  por
           ejemplo. Y el asco se disipa con el encuentro de los cuerpos, con el amor y,
           también, con el proyecto.
              Hablamos de un marxismo contrapuesto al “marxismo pulcro” y que, por
           lo tanto, se alcanza en la lucha de clases más que en la Universidad; por eso no
           es, recurriendo a los términos que el propio Kusch utilizaba para caracterizar a
           la pulcritud, “política pura y teórica” o “economía impecable”. Se trata de un
           marxismo que, como decía Sartre en su prólogo a Los condenados de la tierra
           de Frantz Fanon, exige llevar la dialéctica “hasta sus últimas consecuencias”.
           Para Sartre, esta operación también implicaba un strip tease del humanismo
           occidental, del humanismo burgués o del pseudohumanismo, que no era más
           que una “ideología mentirosa, la exquisita justif cación del pillaje”.
              El marxismo hediondo sería un marxismo que articula un “conocimiento
           objetivo” con “un saber hacer”, lo causal con lo seminal. Un marxismo que
           considera a la conciencia tanto en sus aspectos teóricos-predicativos (racio-
           nales) como en sus aspectos antepredicativos (intuitivos), superando el positi-
           vismo y el cientif cismo al que conduce la sobrevaloración del primer aspecto y
           el irracionalismo al que conduce la sobrevaloración del segundo. Un marxismo
           que  aporta  al  autoconocimiento  de  las  clases  subalternas  y  oprimidas.  Un
           marxismo que no le tiene asco a lo que hiede. Un marxismo que es capaz de
           poner en duda la completitud de su universo cultural en función de lograr la
           plenitud del diálogo. Un marxismo que enseña a no despreciar. Un marxismo
           que no se deleita con el olor de epopeyas ajenas.
              Kusch  rechazaba  básicamente  el  componente  cartesiano  del  marxismo,
           la actitud meramente intelectual frente al mundo, la herencia de los peores


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