Page 22 - Marx Populi
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Prólogo
Mucho más cerca de nosotros está el desprecio con que los represen-
tantes del Comintern en Latinoamérica recibieron la seminal investigación
de Mariátegui sobre el signif cado y el rol de las tradiciones comunitarias en
los pueblos indígenas de los Andes. Desprecio e ignorancia que se prolonga
aún hoy en la porf ada negativa de cierta izquierda a reconocer el signif cado
económico y político de los “elementos de socialismo práctico” presentes en los
pueblos originarios.
Por similares razones y prejuicios, el marxismo tradicionalista también
desconoce el potencial movilizador e incluso revolucionario que puede asumir
lo que Edward T ompson denominara la “economía moral” de los sectores
populares, explicando que usos y costumbres arcaicos pueden convertirse
en barricadas de resistencia a la lógica inhumana del capital, y que antiguas
prácticas e instituciones resignif cadas pueden convertirse en instrumentos de
luchas proyectadas hacia el futuro.
En cuanto a las tensiones presentes en el mismo Marx, quiero detenerme
en una que juzgo muy importante. Comienzo por recordar que tanto en su
crítica “científ ca” al capitalismo, como también y sobre todo en su intensa
actividad en la Asociación Internacional de Trabajadores, Marx advierte contra
la concepción simplista que entiende la lucha de clases como lucha de los
obreros en contra de la explotación de tal o cual burgués o grupo de burgueses,
o incluso en contra del afán de lucro de la clase de los capitalistas en general.
Lo que Marx denuncia es el carácter sistémico de la explotación y combate
al capitalismo por ser un modo de producción basado en el antagonismo de
clases, agonístico, expoliador, destructivo y, en def nitiva, inhumano. Y explicó
incansablemente que el capital no puede ser reformado, mejorado o humani-
zado por partes. Puso en evidencia que, en el capitalismo, la explotación del
trabajo vivo queda disimulada por la forma contractual del salario pagado para
disponer de la fuerza de trabajo del obrero, mientras que en la línea de produc-
ción impera “el despotismo fabril” que permite y asegura que se haga uso de esa
fuerza de trabajo con una duración e intensidad tal que se genere una plusvalía
de la cual se apropia el capitalista, que se queda así con un valor que excede en
mucho al del salario devengado. Este genial “descubrimiento” se complementa
demostrando que, cuanto el capitalismo ya se ha impuesto y logra “pararse
sobre sus propios pies”, opera como una compleja “totalidad totalizante” que
pone e impone las condiciones materiales, tecnológicas, institucionales, cultu-
rales y políticas que necesita para asegurar, casi automáticamente, la continuada
producción y reproducción de mercancías portadoras de valor y plusvalor. De
modo tal que la reproducción ampliada del capital es también la de su obligada
y subordinada contraparte: trabajadores expropiados de medios de trabajo y de
subsistencia. La explotación adquiere entonces un carácter sistémico, el anta-
gonismo social se profundiza y, al mismo tiempo, se difumina con la creciente
autonomización del valor, que es la forma fetichista que el modo de producción
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