Page 170 - Marx Populi
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Epílogo: El marxismo como constelación
Ni Marx ni menos que recrear nuestra herencia
El Marx que retrata y revitaliza Miguel no es un Marx endiosado, sino bien
mundano y terrenal, muy de carne y hueso. Un Marx compañero, para apelar
a la caracterización de Aldo Casas que sirvió de disparador para la primera
versión de este libro. O mejor aún: un Marx cumpa, de los nuestros, tal vez el
mejor, el más urgente en estos días de desarme teórico y desorientación prác-
tica. Miguel no intenta revivir a ningún “pastor con báculo”, tal como supo
denunciar aquel joven Gramsci que interpretó al proceso vivido en Rusia como
una revolución contra El Capital, ni tampoco hace empatía con los glosadores
seriales que tienen por af ción recordar y transcribir sus citas como quien recita
el talmud, siempre con la manía de ejercitar el contorsionismo intelectual en
pos de justif car sus desplantes y agachadas políticas.
Podría decirse que, en este libro, más que de una persona (o un grupo de
personas), se habla de una herencia tal como la definió hace 25 años Jacques
Derrida: en tanto reafirmación de aquello que “viene antes de nosotros”,
algo que no se escoge, sino que se asume. Miguel nos sugiere que la mejor
manera de ser (in)fieles a aquella herencia marxista es traicionándola, en
el sentido gramsciano de traducirla (“traduttore, traditore”, reza un refrán
popular italiano); es decir, de generar un “tránsito hacia” algo novedoso
y herético, de actualizarla en tanto tradición, lo cual implica no recibirla
de manera pasiva e inmutable. Por el contrario, debemos ser capaces de
ultrajar esa herencia, de estudiarla sin veneraciones e ir evocando en para-
lelo aquellas emociones que nos despierten otras lecturas e interrogantes.
Y sin desmerecer esa “misteriosa lealtad” ante los clásicos de la que nos
hablaba Borges, Ezequiel Martínez Estrada solía afirmar que debemos ejer-
citar una delicada forma de adulterio al leer.
Esta herencia es un espectro que, sin duda, incomoda a los poderes domi-
nantes, pero que también despierta sospechas en las izquierdas anquilosadas
que continúan empeñadas en “aplicar” el marxismo sin percatarse de que,
como bien nos propone Miguel, es preciso auscultar sus sentidos desde nuestro
presente histórico. Hacerlo a partir de una lectura desacralizada del propio
Marx, que hurgue en sus recovecos y márgenes, haga de la irreverencia y la
indisciplina un modus vivendi, e indague y descifre papeles mojados, cuadernos
de apuntes olvidados, epístolas jamás recibidas, tachaduras y agregados a
destiempo, temores, interrupciones, balbuceos e incertidumbres que nunca
llegaron a plasmarse en escritos ni en libros def nitivos, pero podemos exhumar
entre líneas o descifrar cual notas en tinta limón. Un Marx que cabalga la
contradicción a la par que ejercita una pedagogía de la pregunta, que despliega
y confronta categorías sin ánimo alguno de clausura, al tiempo que piensa el
compromiso y compromete el pensamiento sin concesiones, teniendo siempre
como columna vertebral a la praxis revolucionaria.
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