Page 173 - Marx Populi
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Mi guel M azzeo -  M ar x po puli
                                 Miguel Mazzeo - Marx populi

              Esta última interpretación hinca el diente en la llamada “necesidad histó-
           rica”, elogia desgarros y contradicciones, a la vez que interpreta a las formas
           plebeyas y popular-comunitarias de vida social –y a sus poblaciones autóc-
           tonas oprimidas– no como una rémora del pasado, sino en tanto potencial
           vector  de  un  proyecto  revolucionario  y  anticapitalista  sui  generis.  Miguel
           ya había anticipado esta segunda lectura a través de varios de sus libros y
           ensayos. Podría decirse que ella constituye una temprana y perdurable obse-
           sión, algo así como un núcleo traumático de su inconsciente político. Tal vez
           sean sus escritos acerca de la obra de José Carlos Mariátegui donde mejor se
           exploren estos otros marxismos, pero también se vislumbran en sus textos
           y compilaciones en torno a la señera f gura de John William Cooke, o en
           personajes igualmente ninguneados que él rescata del olvido, como Alicia
           Eguren o Rodolfo Kusch. Brujas y malditos que, junto a una pléyade de
           invisibles y anónimas, supieron sentar las bases de un marxismo genuina-
           mente latinoamericano, mestizo, de color cobrizo como aquel Marx estam-
           pado en las ediciones gestadas en Pekín; medio surrealista, medio negro, con
           ojos achinados y de tez morena. Ellos y ellas “tradujeron”, ensamblaron y
           nacionalizaron el rompecabezas dejado por Marx, al cual no consideraron un
           itinerario preconcebido sino, al decir del Amauta peruano, una brújula –muy
           potente,  aunque  no  la  única– para  la  orientación  teórico-práctica  en  una
           realidad que siempre resultó ser concreta y situada.
              Con ellos y ellas –desde su praxis emancipatoria– Miguel revitaliza toda
           una variopinta tradición de corrientes teórico-políticas que, reconociendo
           como herencia al pensamiento crítico-transformador de Karl Marx y de los
           marxismos no hegemónicos –o eclipsados durante el siglo xx y lo que va
           del siglo xxi–, pero sobre todo asumiendo la necesidad de nutrirse y enri-
           quecerse de otras cosmovivencias, iniciativas rebeldes y experiencias subver-
           sivas –tributarias todas ellas de una perspectiva antisistémica–, han intentado
           recrear y actualizar esos corpus endebles e indisciplinados en función de los
           inéditos desafíos que la realidad de nuestro continente nos depara. No con
           un afán académico ni de masturbación intelectual, sino para contribuir a la
           refundación de un proyecto que todavía gustamos llamar socialista. Pero eso
           sí: será un socialismo en el que quepan muchos socialismos, o no será. Porque
           incluso desde su génesis misma, el marxismo supo hacer de la apertura y el
           diálogo de saberes un rasgo indeleble.

           La apuesta por una nueva intelectualidad militante
              Quienes  comenzamos  a  militar  en  la  segunda  mitad  de  la  década  del
           noventa tuvimos algunos faros utópicos y ciertas claves de interpretación que
           nos permitieron tomar distancia de la vieja izquierda: la irrupción del zapa-
           tismo, las puebladas en el sur y el norte del país, los movimientos piqueteros
           y las tomas de tierras en el conurbano, el fracaso de una URSS burocrática y

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