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Epílogo: El marxismo como constelación


           resultado ser rasgos invariantes del capitalismo. Desde su muerte en 1883, el
           retrato de un Marx que luce una pulcra levita, de barba tupida y de tez y pelos
           blancos, ha recorrido el mundo a pesar de que, según las malas lenguas, en sus
           últimos momentos de vida se había recortado la barba, y nunca fue tan blan-
           quito ni de pose académica como pretendieron mostrarlo en los daguerrotipos
           y bocetos de la época. Nobleza obliga: será el maoísmo quien, en la segunda
           mitad del siglo xx, ajuste cuentas con la mirada hegemónica y colonial acerca
           de Marx y coloque, en las primeras páginas de sus obras en lenguas extranjeras,
           un retrato más f dedigno y acorde a nuestro querido barbudo, esta vez cobrizo,
           mucho más cercano a su color original. Sí, más negro de lo pensado; al f n y al
           cabo, por algo le decían el moro.
              Hoy sabemos que su obra fue también más oscura de lo que la pintaron, y
           no resultó tan completa y coherente como intentaron demostrar sus supuestos
           herederos.  Marx  jamás  pudo  ingresar  como  profesor  a  Universidad  alguna
           (por suerte, agregaríamos) y siempre se vio obligado a sobrevivir a expensas de
           amigos y familiares, que le garantizaron un ingreso mensual para solventar su
           precaria situación económica y habitacional. Lector insomne y escritor infernal
           casi sin recursos, acosado por dolores corporales extremos, las tabernas y biblio-
           tecas públicas fueron su of cina permanente, así como las discusiones y las
           epístolas políglotas con activistas exiliados, dirigentes sindicales y militantes de
           organizaciones revolucionarias ilegales resultaron un insumo fundamental para
           sus ref exiones teóricas y sus conjeturas políticas, volcadas en miles de páginas
           de borradores y cuadernos de notas.
              Es conocido que, en sus últimos años de vida, ante la consulta de si pensaba
           publicar sus obras completas, respondió en forma irónica que debían “esperar
           a que las escriba”. Frente a estos sospechosos custodios de su legado intelectual,
           solía af rmar también que no era marxista. Y a contrapelo de los intentos de
           edif car un sistema acabado, la totalidad de su obra tuvo por propósito la crítica
           militante desde la apertura y el carácter provisional e inacabado de sus catego-
           rías y elucubraciones, algo que se deja traslucir en muchos de los títulos de sus
           libros y artículos póstumos. Marx fue, además, un moro migrante, desterrado
           y perseguido político, un internacionalista que no reconocía fronteras esta-
           tales ni nacionalidad alguna. Precisamente este Marx, cabecita negra, tozudo
           activista e indisciplinado escritor desde los márgenes, es el que nos convoca a
           revisitar y traer al presente Miguel en las páginas de este hermoso libro.
              Un Marx viejito y a la vez vitalmente juvenil, que prestará cada vez mayor
           atención a lo acontecido en la periferia capitalista. Será en esos intersticios
           del sistema, allí donde el capital no había aún penetrado de manera intensa
           y generalizada, en los territorios “arcaicos” de lo que mucho más tarde se
           denominará el Tercer Mundo, donde Marx cifre sus últimas esperanzas de
           subversión del orden dominante. He aquí un Marx que algunos han deno-
           minado tardío, un otro Marx, desconocido, opacado por el “científ co” de

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