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Epílogo: El marxismo como constelación


           capitalismo a nivel mundial, como por la originalidad concreta de cada
           sociedad que, desgarrada por conflictos, tradiciones, luchas y resistencias,
           constituye a Nuestra América profunda.
              Referirnos a estos marxismos supone reconocer la presencia de una frondosa
           experiencia político-intelectual no siempre coincidente ni replicable en tiempo
           y lugar, sino más bien delineada por situaciones, procesos y contextos disímiles;
           pero también implica asumir la existencia de otros “marxismos” (eurocéntricos,
           evolucionistas y lineales, concebidos como modelos cerrados y esquemáticos,
           que tienen por vicios la mera importación de categorías y estrategias, el deter-
           minismo económico y la unicausalidad). Frente a estos (pseudo)marxismos,
           que han resultado refractarios a toda autocrítica y han hecho del culto a la
           “ciencia” moderna un nuevo credo, se han abierto paso –no sin dif cultades
           y obstáculos– esos marxismos cálidos y hediondos, bolivarianos y ecosocia-
           listas, anticapitalistas y enraizados, feministas y ennegrecidos, descolonizados e
           irreverentes, antiimperialistas y mestizos, sentipensantes y del buen vivir, que
           Miguel visibiliza, convida y debate en este libro, a partir de una pedagogía de
           la pregunta que, lejos de brindar abstractas fórmulas de pizarrón, nos incita a
           elaborar respuestas colectivas y desde la praxis militante, a los dilemas que han
           acompañado a las luchas de los pueblos latinoamericanos.
              Miguel tensiona, por tanto, los lugares comunes que han predominado en
           la lectura de estos autores clásicos (Marx desde ya, pero también Gramsci,
           Lenin y el Che, por nombrar los más trabajados en este libro). Sin medias
           tintas, pone en evidencia la existencia de al menos dos posibles interpretaciones
           de la obra de nuestro barbudo de Tréveris, y que por cierto también subyace
           en Lenin: una caracterizada por cierta mirada eurocéntrica, etapista y apolo-
           gética del “progreso” capitalista, así como por el papel “revolucionario” de la
           burguesía (y de la electricidad en el caso del líder bolchevique), a partir de la
           supeditación del derrotero histórico de la periferia capitalista (dentro de la cual
           se ubicaría Nuestra América), a los acontecimientos y vaivenes sucedidos en
           el “centro” europeo. La otra –opacada por las diversas ortodoxias y manuales
           canónicos– cobra cada vez más fuerza en los escritos tardíos de Marx, y resitúa
           desde una perspectiva dialéctica y dinámica a la relación centro-periferia, a la
           vez que vislumbra una lectura del devenir histórico en términos multilineales,
           contradictorios y signados por atajos y bifurcaciones; que hace de la anomalía y
           la excepcionalidad una regla o dictum invariante y amplía la mirada hacia otros
           sujetos de lucha fuera de foco; que entiende como algo estratégico a la edif ca-
           ción de novedosos organismos de autogobierno popular y proyectos emancipa-
           torios asentados en la autoactivación de las masas, y que concibe a la revolución
           no en los términos de un evento futuro y lejano, sino como un proceso pref gu-
           rativo y de largo aliento, que hunde sus raíces en nuestra realidad inmediata e
           involucra una profunda transformación, en el aquí y ahora, de todas las dimen-
           siones de la vida cotidiana.

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