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¿Sueñan los proletarios con revoluciones eléctricas?
proceso evolutivo general. Ergo: todas estas formas resultarían “incompati-
bles” con el desarrollo de las fuerzas productivas sociales del trabajo, con la
concentración social del capital, con la ganadería y la agricultura a gran escala
y la utilización (y el consiguiente desarrollo) de la ciencia y la tecnología.
Serían formas derrochadoras de energía, condenadas a empeorar progresiva-
mente las condiciones de producción y a encarecer los medios de producción.
Sólo las asociaciones de pequeños campesinos (cooperativas) tendrían un rol
progresivo, pero irremediablemente “burgués”. Muchas de estas versiones
del marxismo, inspiradas en pasajes enteros de El Capital, propusieron –¡y
proponen!–, lisa y llanamente, el arrasamiento de estas formas, pasando por
alto la evidencia que muestra que, sobre todo en el mundo periférico, dicho
arrasamiento nunca fue la precondición del “desarrollo económico y social”.
Más bien todo lo contrario. Ya es tiempo de buscar en esas formas todos los
elementos funcionales al trabajo colectivo perfeccionado y un tipo de riqueza
social alternativa a la que propone el capitalismo.
Porque la heterogeneidad estructural, típica de las formaciones sociales
en Nuestra América, puede remitir tanto a los espacios articulados al
sistema capitalista como a aquellos espacios que resisten al proceso de
mercantilización (y de integración subordinada al mercado mundial) y que
resultan fundamentales, no sólo como ámbitos de reproducción material
sino, principalmente, como ámbitos de reproducción simbólica aptos para
resistir el despojo.
Muchas veces las formas de marras poseen la fuerza que emana del arraigo
en un territorio propio y de una identidad conformada al calor de la resis-
tencia y la lucha. En líneas generales, remiten a experiencias económicas
centradas en el valor de uso, a relaciones no mercantiles, a espacios colectivos
y solidarios que conforman redes que hacen posible la independencia econó-
mica y la supervivencia de sectores importantes de la sociedad civil popular.
Asimismo, proponen una unidad orgánica de los trabajadores y las trabaja-
doras y sus condiciones de producción.
Estas formas están en condiciones de constituirse en actores económicos
de peso en ámbitos locales y/o regionales (existe suf ciente evidencia al
respecto). Pero además de otorgar densidad a la sociedad civil popular, de
generar eslabonamientos productivos, etc, pueden aspirar a investirse como
modelo de economías descentralizadas regidas por lógicas alternativas. Esto
es: pueden proyectarse en una escala más amplia. De este modo, se erigen en
retaguardia imprescindible, en espacios colectivos de resistencia y su “exis-
tencia objetiva” adquiere otras connotaciones, contradictorias respecto de los
grupos trasnacionales que controlan cadenas globales de valor en sectores
estratégicos. Más que factores de atraso, cabe ver en ellas trincheras para la
vida digna.
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