Page 143 - Marx Populi
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Mi guel M azzeo -  M ar x po puli
                                 Miguel Mazzeo - Marx populi

           su Stalin. Esta forma de ver la historia incurre en varios incidentes críticos
           característicos del pensamiento capitalista, principalmente en el fatalismo de
           la unicidad y la jerarquía.
              No estamos juzgando a la Revolución Rusa desde los parámetros abstractos
           de una revolución incontaminada, sin contradicción y sin angustia. Esa es la
           revolución de los embalsamadores, no la de los revolucionarios y las revolucio-
           narias. Bien lo supo Luxemburgo que, aun recociendo que el bolchevismo era
           “sinónimo” de “socialismo revolucionario práctico”, ensayó una de las mejores
           críticas a la Revolución Rusa, impecable en su celeridad y en su carácter premo-
           nitorio. Estamos hablando de otra cosa. De la revolución fagocitada por el
           of cialismo que ella misma ayuda a engendrar. De todo lo que anula la potencia
           plebeya que había irrumpido al inicio con ansias de expandir los espacios para
           lo posible. De los mecanismos perversos que buscan, en nombre de la revo-
           lución, silenciar voces, controlar cuerpos, usar seres y opacar existencias; es
           decir, que buscan recrear en otro contexto las condiciones previas a la irrupción
           plebeya, a la deliberación masiva y permanente y a la f esta; condiciones cuyo
           rasgo más saliente era la proliferación de sujetos disciplinados y tristes.
              La Revolución Rusa se ubicó en el sentido de la Historia, en la senda del
           progreso y la armonía. Perdió su potencia instituyente inicial conf scada por
           un Estado que se alejó cada vez más del poder constituyente que lo parió. La
           Unión Soviética se conf guró como una “gran potencia”. En lugar de destruir
           la máquina del Estado (no sólo la del viejo Estado, sino la de todo Estado)
           se consolidó una nueva máquina estatal gigantesca y opresiva. Se realizó el
           objetivo por excelencia de una revolución burguesa: fortalecer y perfeccionar
           el Estado. Lejos quedó el horizonte de la Comuna de París de 1871, pero
           también ese tiempo liminar en el que la respuesta más común del Consejo
           de Comisarios del Pueblo ante una petición popular era: “Resuelvan ustedes
           mismos,  el  gobierno  los  apoya”.  Las  sucesivas  purgas  fueron  vaciando  las
           fábricas y los campos de militantes revolucionarios. El grueso de la militancia
           bolchevique comenzó a concentrarse en el Estado, algo que ya era notorio antes
           de la muerte de Lenin. El “Estado comunista” remite a un perfecto oxímoron,
           a entidades que se repugnan y se repelen intrínseca y recíprocamente.
              Demasiado rápido, la Revolución Rusa derritió al sujeto revolucionario
           en el molde del Estado y terminó celebrando los récords de producción en
           las diferentes ramas de la economía, mensurando el socialismo en toneladas
           de acero y deseando lo mismo que el enemigo sistémico. Negó cada uno
           de los aspectos del marxismo que signif can una crítica sustancial al orden
           impuesto por la modernidad occidental. Recurrió a sus estimulantes, repro-
           dujo su moral (muy pronto se frustró el intento de crear una moral nueva)
           y copió sus métodos, sus teorías y sus rutinas. El conformismo político se
           convirtió en la principal virtud cívica, la patria de los soviets se plagó de
           estatuas y ceremonias, y el panorama se tornó desolador.

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