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Mi guel M azzeo - M ar x po puli
Miguel Mazzeo - Marx populi
transición socialista jamás se consolidaron. La socialización de la capacidad de
coerción fue efímera. El proceso de “acumulación socialista originaria” estuvo
plagado de regiones oscuras y nada socialistas. La idea de necesidad histórica
ha mostrado cierta af ción trascendental al Estado y a sus “razones”. En este
aspecto medular, Stalin se parece a cualquier político republicano, “democrá-
tico” y representativo convencional.
Todavía no se ha erradicado la costumbre de convertir a las circunstancias
de las Revolución Rusa, su entorno de relaciones y prácticas, la tradición polí-
tica en la que se inscribe, en leyes históricas, o peor: en fórmulas uniformadoras
que devienen en recetas de aplicación rápida y universal. Todavía podemos ver
a una parte importante de la izquierda aferrada al marxismo tradicional que
sigue confundiendo historia con teoría. Que contrapone la teoría a la historia
y a las y los sujetos. Que sublima unos acontecimientos excepcionales en onto-
logía. Que pref ere erigir invariantes antes que asumir el riesgo de la praxis.
Esa izquierda supone que el manejo de unos instrumentos teóricos y lingüís-
ticos –para colmo de males, de una tosquedad indecible– le otorgan algún
tipo de autoridad. Más que un marxismo tradicional, esa izquierda cultiva un
marxismo “tradicionalista” que abruma con sus disfraces, sus formas estereo-
tipadas y sus rituales huecos. Como decía Engels en carta a Schlüter de 1885:
“La poesía de las revoluciones pasadas […] raramente ejerce una inf uencia
revolucionaria en las épocas posteriores”.
Hasta ahora las revoluciones socialistas no fueron más que el anuncio de
una primavera que apenas pudo pisarle los talones a un invierno que, aunque
declinante, se empeña en permanecer.
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