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¿Sueñan los proletarios con revoluciones eléctricas?


           Deslegitimar al capitalismo. Reconstruir la esperanza, François Houtart sostenía
           que “las alternativas económicas no tienen ninguna oportunidad de salir a la
           luz sin las alternativas políticas”.
              El Estado es susceptible de jugar estos roles porque su lógica es distinta a
           la lógica mercantil. Aunque el Estado capitalista participa directa e indirecta-
           mente de la explotación de la fuerza de trabajo, no está regulado por las mismas
           leyes de la acumulación de capital. Esta af rmación no debería decodif carse en
           los términos de un keynesianismo de izquierda que suele invocar la “neutra-
           lidad” del Estado. No estamos hablando de neutralidad ni de independencia.
           Simplemente constatamos unas lógicas específ cas, que no se pueden derivar
           directamente de las relaciones de producción capitalistas.
              La institución de un conf icto sustancial, la incorporación de movimientos
           sociales y organizaciones populares como protagonistas económicos, sociales,
           culturales y políticos de un proyecto alternativo, pueden resignif car radical-
           mente las funciones en un sentido opuesto al proceso de acumulación ampliada
           del capital y su proceso de centralización de los factores productivos.
              Creemos que lo fundamental pasa por desarrollar formatos de gestión y
           planif cación democrática del sistema productivo general junto con la capa-
           cidad de articularse con la autogestión en la base. Una de las claves principales,
           sin dudas, es el control comunitario. Por supuesto, es imprescindible consi-
           derar los fundamentos termodinámicos en el proceso de producción y, sobre
           todo, la def nición democrática de las necesidades, del grado de desarrollo de
           las fuerzas productivas y del sentido de la riqueza social. Para Marx las “nece-
           sidades imprescindibles” constituían un producto histórico y dependían de los
           procesos formativos de la clase trabajadora.
              Tampoco se trata de hacer una apología de la “reproducción simple” (la
           reproducción  en  la  misma  escala),  de  caer  en  una  mera  idealización  de  la
           subsunción  formal  del  trabajo  al  capital  y  de  reivindicar  formatos  micros-
           cópicos  de  desarrollo.  No  es  conveniente  que  nuestros  cuestionamientos  al
           productivismo  asuman  posturas  románticas  de  fondo  conservador.  O  que
           terminemos renegando del desarrollo científ co y tecnológico. O, peor aún,
           que pasemos por alto los modos a través de los cuales el capitalismo actual,
           en su afán depredador y precarizador, refuncionaliza los viejos formatos no
           fabriles y las relaciones sociales cuasi serviles y esclavizantes que de ningún
           modo preparan la llegada de un orden económico y social nuevo.
              Sí  debemos  tener  presente  que,  en  última  instancia,  en  la  subsunción
           formal, quienes trabajan lo hacen fuera del ámbito de la fábrica y lejos de la
           supervisión directa del capital y controlando el proceso de trabajo, el tiempo,
           y  el  ritmo.  Asimismo,  en  la  artesanía  y  en  la  manufactura,  la  herramienta
           estaba al servicio del trabajo y no a la inversa mientras que la tecnología no
           era una fuente de plusvalor efímero. Corresponde detenerse a ref exionar sobre

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