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¿Sueñan los proletarios con revoluciones eléctricas?
acrecentamiento de la división del trabajo, a la escisión tajante entre saber/
mando y ejecución, a un tipo de tecnología concebida no precisamente para
emancipar al trabajo; y que esto era incompatible con el poder de los soviets.
Lenin no pareció estar demasiado atento a las sugerencias de Marx respecto
de la parcialidad de la tecnología desarrollada por el capitalismo y su incom-
patibilidad de cara a la construcción de un sistema alternativo. ¿Pero acaso esa
infausta convivencia, como otras de igual tenor, no eran (y son) inevitables en
tiempos de transición? A favor de Lenin hay que decir que para él la sociedad
organizada sobre el modelo fabril no era un horizonte compatible con el socia-
lismo, sino un periodo intermedio. Lo mismo cabe a la hora de analizar la
propuesta de Trotsky de introducir la organización militar en el trabajo a través
de sindicatos estatizados. Ambos concibieron la centralización y el dirigismo
como situaciones transitorias. En todo caso podríamos tildarlos de ingenuos
pero, transcurridos 100 años, sería una salida fácil y algo liviana.
A la hora de pensar en el inicio de un proceso de cambio en sentido posca-
pitalista, en el comienzo de una transición socialista, no conviene olvidarse
del punto de partida insoslayable: una herencia difícil, absolutamente inepta,
inconsistente y contaminante; diestra para colarse por todas las porosidades de
lo nuevo que pugna por nacer. No sólo el “subdesarrollo”, o el atraso en el caso
del mundo periférico. No sólo el hombre y la mujer viejos. No sólo el Estado
capitalista. No sólo el patriarcado. También los medios de producción y el
trabajo asalariado, las máquinas y las formas organizacionales y un conjunto de
elementos que, con cierta dosis de inocencia, se suelen considerar “neutrales”.
El punto de partida son unos trabajadores y unas trabajadoras que han sido
conformados y conformadas por los procesos de producción y en función de
esos procesos de producción. El punto de partida son esos procesos de produc-
ción que surgieron para subordinar al trabajo. El cambio en las formas de
propiedad no alcanza para modif car esas lógicas verticales y opresoras. En
efecto, todas estas son las “armas melladas” del capitalismo.
Sin dudas, para construir el socialismo nada de esto sirve. Algunas cosas
pueden y deben ser desechadas de inmediato y otras, instituidas del mismo
modo: con urgencia y sin dilaciones. Pero hasta al momento del predominio
del hombre y la mujer nuevos, hasta que se resuelva el problema de la escasez
relativa, hasta que el Estado capitalista se extinga, hasta superar la división
del trabajo, hasta generar una tecnología y formas organizacionales alterna-
tivas, hasta modif car la naturaleza real del proceso de trabajo capitalista, habrá
que aceptar algunas convivencias. Uno de los movimientos necesarios de una
transición a un sistema poscapitalista (el socialismo para nosotros y nosotras)
podría resumirse en la fórmula: en-contra-y-más-allá.
Habrá que usar lo viejo y ordinario de modo que produzca algún exceso
y construir así lo nuevo y lo extraordinario. Será indispensable constituirse
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