Page 23 - Carabobo Bajo Palabra
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          semejante empresa. Y al hacerlo, hay que encomendarse a los dioses y
          las diosas, invocarlos, pedirles venir en auxilio del humilde creador que
          acepta el reto y se propone librar esa hazaña de las letras. No hay de qué
          avergonzarse. Es lo que hace un gigante de las artes literarias universales
          como Homero al cantar la guerra de Troya y las hazañas de sus hé-
          roes y semidioses. Es lo que hace Dante en la Divina comedia. También
          Virgilio, en la Eneida. Para no eclipsarnos bajo el cielo de los clásicos,
          citemos solo al primero. En la Iliada invoca:

             Canta, oh diosa, la cólera del pélida Aquiles,
             maldita, que causó a los aqueos incontables dolores.

            Y en la Odisea, también invoca:

             Musa, dime del hábil varón que en su largo extravío,
             tras haber arrasado el alcázar sagrado de Troya,
             conoció las ciudades y el genio de innúmeras gentes.


            Suerte de los antiguos poetas griegos y romanos que tenían el Olimpo
          y eran oídos por los dioses. Los creadores modernos se encuentran en el
          desamparo divino. Sin embargo, tienen sus santos y su Dios. Cuando
          Florentino, el que cantó con el diablo en el poema de Alberto Arvelo
          Torrealba, se ve acosado por el maligno al filo del amanecer, invoca a
          todas las vírgenes para que lo saquen del difícil trance en que se encuen-
          tra. Sin ser creyentes, dos premios Nobel de Literatura, Miguel Ángel
          Asturias y Pablo Neruda, acuden y recurren a la forma y estructura de

          dos oraciones católicas para cantarle al Libertador Simón Bolívar. Astu-
          rias al Credo. Neruda, al Padre nuestro. No invocan a Dios. Imitan las
          oraciones con que sus creyentes le rezan. Es un recurso válido y eficaz
          cuando se le canta a los héroes o a sus hazañas. ¿Sacralización del héroe?
          Al contrario, humanización de la plegaria. No se ora a un ser divino y
          todopoderoso, sino a un ser humano. A un hombre.
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