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18 earle Herrera
lonialismo. Una huella honda, a sangre y fuego, pero también a
letra y número, a cuento y canto, marcada por los dominadores. Lo
que el Libertador expresó en 1811 en el campo de la política y la
realidad económica y social —«¿Trescientos años de esclavitud no
bastan?»—, lo planteaba el gran humanista caraqueño en el ámbito
de las letras y las artes.
Los legendarios jefes militares de la antigüedad, los Alejandro Mag-
no y los Darío, llevaban a los campos de batalla los bardos que canta-
rían sus hazañas. Las guerras de la independencia americana no dieron
tiempo para ello. De las mismas sabíamos por los partes militares y las
proclamas de los jefes, con el lenguaje descriptivo o incendiario que
impone este tipo de informes y discursos. Por supuesto, aparecieron los
espontáneos que se lanzaron al ruedo de las letras, pero sin alcanzar los
galones de la creación literaria o, por lo menos, en correspondencia con
las hazañas que cantaban y los héroes que intentaban exaltar. Ocurría
así con la gesta libertaria y de igual modo con todo lo que era la natu-
raleza americana, lo que años después Alejo Carpentier denominó «lo
real maravilloso». También sobre este aspecto se adelantó Bello con su
«Silva a la agricultura de la zona tórrida».
En la obra Poesía de la independencia, el compilador y prologuista
Emilio Carilla subraya:
Un hecho augurador de indudable trascendencia lo consti-
tuye la publicación del poema de Andrés Bello «Alocución a
la poesía», que aparece en Londres, en 1823. Reparemos en
el año. Casi en las vísperas de Junín y Ayacucho, que clausu-
ran el período de las guerras de independencia. El poema se
presenta así como el necesario complemento de una época
histórica que, por causas de sobra conocidas, no había teni-
do oportunidad de plantearse tales problemas. Como si fuera
menester primero asegurar la independencia política antes de