Page 26 - América Latina. Huellas y retos del ciclo progresista
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A modo de síntesis y conclusión, nos atrevemos a subrayar la vi-
            gencia de lo que Lenin planteaba en sus escritos, sobre todo en el
            ¿Qué hacer?, acerca de la decisiva importancia de la organización.
            Los sectores populares no tienen bancos ni recursos económicos;
            no controlan los grandes medios de comunicación ni tienen inje-
            rencia eficaz en las distintas ramas del aparato estatal. Con suerte
            pueden acceder a alguna representación sindical y político-partida-
            ria, siempre acosada y acorralada por la legalidad vigente. Pero no
            es un dato menor que la cultura dominante los estigmatiza. En esas
            condiciones, la única arma con la que cuenta el campo popular es
            su organización, no tiene otra, no tenemos otra. Pero ahí también
            operan los enemigos, algunos con falaces ropajes de izquierda y
            otros directamente desde la derecha, para sembrar la confusión, el
            desánimo y la desunión entre sus filas. El auge de las concepciones
            sobre “el fin del ciclo progresista” refleja precisamente esta inten-
            ción desmoralizante que remata en el desarme ideológico. Derrota-
            dos en el terreno crucial de las ideas, en la “batalla de ideas” como
            decía Fidel, el descalabro político se produce por default. Diríamos,
            por ello, que esta es la misión primera y fundamental de nuestro
            tiempo: organizarnos para enfrentar los nuevos desafíos de la con-
            traofensiva imperial, cuya victoria está lejos de ser inexorable y que
            dependerá en buena medida de lo que nosotros hagamos.
             Y junto a la organización, librar la “batalla de ideas”. Tarea difícil,
            porque tenemos las ideas pero no contamos con los medios eficaces
            y efectivos para garantizar su circulación por el cuerpo social. Pese a
            ello, debemos extremar los esfuerzos para insertarnos en esa batalla
            –más que batalla, una verdadera guerra– que se nos ha declarado, y
            debemos recoger el guante y responder con todas nuestras fuerzas.
            La sola organización sin nuestras ideas no garantizará gran cosa; y
            las ideas sin un adecuado sustento organizativo carecerán de efica-
            cia transformadora. Debemos convocar a los artistas, intelectuales,
            periodistas, todo el mundo de la cultura, para que se plieguen a esta
            batalla. Sin ello, nuestros esfuerzos estarán condenados al fracaso.
            Tenemos mejores ideas y valores superiores, pero debemos darlos
            a conocer, sembrarlos en la sociedad y trabajar para que germinen
            y den sus mejores frutos. Esta es la otra gran tarea que debemos en-
            carar sin más demora. Esta es la exigencia fundamental de la hora
            actual, para consolidar lo que hemos conquistado y para, desde allí,
            dar un gran salto hacia adelante en un mundo cada vez más amena-
            zante y erizado de acechanzas.



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