Page 73 - Yo quiero ser como ellos
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sus poemas. Con toda la ingenuidad que algunos críticos hallen
en sus primeros versos, ya en ellos asoma el Borges obsedido por
el tiempo en su sentido filosófico; el humanista consciente de que
todo pasa, como el río de Heráclito, pero también el pensador
metafísico que cree (o desea) que alguna parte, algo de nosotros,
permanece inmóvil. Digamos, perdurable. En el poema “Final de
año”, escribe:
“La causa verdadera/ es la sospecha general y borrosa/ del
enigma del Tiempo;/ es el asombro ante el milagro/ de que a despecho
de infinitos azares,/ de que a despecho de que somos/ las gotas del río
de Heráclito,/ perdure algo en nosotros:/ inmóvil. (Fervor, 30).
De manera que en su poesía inicial, en los versos dedicados
a una tapia, a un portón, a un almacén y a todos los lugares
que conforman esa mitología porteña, hay también, siempre,
un sentimiento de trascendencia, de visión cosmogónica, de
asombro o de espanto ante el enigma del Tiempo y otros enigmas:
la eternidad, la inmortalidad, lo transitorio y lo perdurable. “Así
—apunta G. Sucre—, uno de los rasgos más singulares de la obra de
Borges consiste en insertar la preocupación metafísica dentro de lo
más cotidiano y en apariencia insignificante” (Sucre, 174).
El mismo Borges dirá: “el menor de los hechos presupone el
inconcebible universo e, inversamente, el universo necesita del menor
de los hechos” (Sucre, ibid).
Esta visión trascendente de las cosas sencillas es la que
permite salvaguardar aquel “orden secreto” —la ciudad íntima— y
el “orden mitológico” —la ciudad externa— de los que habláramos.
Y tal visión hecha poesía harán perdurables la ciudad familiar, los
ponientes cotidianos, la pampa que se extiende más allá, el arrabal
fiestero, la esquina del compadrito, la plaza “igualadora de almas”,
la luna de enfrente y la penumbra del barrio donde trasnochan la
música y la letra de la milonga y el tango.
Este Borges de Fervor de Buenos Aires, Luna de enfrente
y Cuaderno San Martín que algunos señalaron de localista,
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