Page 75 - Yo quiero ser como ellos
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muy  temprana edad entró en  contacto  con la literatura  clásica
            y  universal.  Traspuesta  apenas  la  adolescencia,  sus  padres  lo
            llevaron a vivir en Europa: Suiza y España. Fue un políglota. Y
            sin embargo, al Buenos Aires cosmopolita —la urbe más europea
            de Hispanoamérica— oponía la ciudad un tanto anacrónica, para
            decirlo con Guillermo Sucre; la de las orillas, el barrio, la esquina,
            el almacén y los atardeceres. Quizás el destierro tuvo algo que ver
            en estos sentimientos, pero lo cierto es que Buenos Aires nunca
            estuvo desterrada de él.  En el poema “Arrabal” lo ratifica:

                 Esta ciudad que yo creí mi pasado
                 es mi provenir, mi presente;
                 los años que he vivido en Europa son ilusorios,
                 yo estaba siempre (y estaré) en Buenos Aires. (Fervor, 32).

                 Tenemos entonces que el Borges de la  Historia de la
            eternidad y de los cuentos fantásticos, el que hablaba en latín o en
            alemán, el que dictaba conferencias en los centros más prestigiosos
            de América y Europa, el erudito y el metafísico, al que los escritores
            de la siguiente generación, la de Julio Cortázar, consideraban un
            “monstruos de la literatura”, es el mismo que se enorgullecía de
            decir “estoy hablando como porteño”; el que cantaba al zaguán, al
            jardín, al molino, al sótano, al aljibe, a la pampa y al campo. Y al
            hacerlo, al exaltar en versos y metáforas el Buenos Aires que amó,
            concluye que lo hace porque “Así voy devolviéndole a Dios unos
            centavos/ del caudal infinito que me pone en las manos” (Luna, 73).


                 El espacio urbano inspiró y signó la poesía del joven Borges,
            sus primeros  versos y, según sus propias palabras,  “prefigura
            todo  lo  que  haría después” (Fervor, 13). En tres libros iniciales
            construyó la poética —su poética— de ese espacio. La ciudad de la
            que nunca se fue y la que seguiría palpitando en su obra posterior
            y en esa  su vida del viajero que vuelve, del que tarde o temprano
            detiene su andar, como dice el tango, música porteña, de arrabal
            y del mundo a cuya historia dedicaría unas páginas memorables.
            Porque también el tango es Buenos Aires.




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