Page 69 - Yo quiero ser como ellos
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su verbo.  La ciudad en su ayer y su hoy, real y metafórica. Pero
            será también la ciudad del poeta, desde su particularísima visión
            y emoción, la que él mira y la que lleva adentro y la que luego nos
            ofrece hecha lenguaje y poesía: su ciudad esencial y existencial.
            Será esa la ciudad que recorramos.


                 La Ciudad de Borges

                 En tres de sus libros de poemas nos entrega Borges su Buenos
            Aires esencial y existencial: Fervor de Buenos Aires (1923), Luna
            de enfrente (1925) y Cuaderno San Martín  (1929). Pocos autores
            han persistido tanto en un mismo tema (¿o motivo?) como el joven
            Borges. La explicación pudiéramos hallarla en los primeros años
            de la vida del poeta, signada por viajes y mudanzas. Ese ir y venir,
            conocer y confrontar nuevos paisajes y culturas, despierta el deseo
            de volver, de echar anclas, de recobrar lo que se dejó atrás. Solo
            que el pasado es irrescatable, excepto en la memoria, y la ciudad de
            ayer o que dejamos, únicamente la podemos reconstruir por arte
            del lenguaje, por arquitectura de la palabra y el verbo. La poesía
            que hace perdurable todo lo que toca. O alude. O nombra.

                 Borges nace en Buenos Aires un 24 de agosto de 1899. En su
            casa se alterna el inglés con el idioma español. A los siete años ya
            escribe y traduce aquel idioma.  Tiene 15 años cuando su familia
            se traslada a Europa. Primero Ginebra y luego Mallorca, España.
            Regresa a Buenos Aires siete años después, en 1921. El impacto de
            la ciudad donde nació, su redescubrimiento, marcará su espíritu y
            su obra poética.  Empezará a escribir el mapa físico y espiritual del
            que hablamos: un mapa panorámico y en detalles: los  nacientes y
            las tapias, los atardeceres y las esquinas, la pampa y los porrones,
            la muerte y el mármol, el juego y el cuchillo, los mitos y la jerga, el
            tiempo y las horas.

                 Todo lo quiere abarcar el poeta. Viene de otras tierras, la
            de sus abuelos europeos, pero no la de su infancia y adolescencia.
            Ya lo dice la letra del tango que Gardel cantó por el mundo: “pero
            el viajero que huye/ tarde o temprano detiene su andar”. No sólo



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