Page 160 - Yo quiero ser como ellos
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devora al traspasar su puerta. ¿Y los amigos de trago? Bueno, son
            sólo eso: amigos de tragos y esa amistad dura el tiempo que tarda
            uno en vaciar la copa ¿Y los bufetes donde trabajó el doctor Daza
            Guevara como uno de los más brillantes abogados penalistas de
            este país? Supongo que estaban en el foro, persiguiendo el caletre
            de artículos muertos. Me paré en medio del campus universitario,
            miré hacia todos lados y me dije: nadie, nadie, nadie. 

                 El problema era darle un buen carajazo a la muerte y
            retener al poeta entre nosotros. Yo hice los bonos en compañía de
            la profesora Mireya Sosa, quien con Asalia Venegas, conteniendo
            corazón y lágrimas, los fueron colocando por allí, qué sé yo.
            Mi amigo Simón Rodríguez me hizo un diseño y por poco me
            muero cuando, en la Oficina de Información de la misma UCV,
            me dijeron que para autorizar la reproducción debía buscar dos
            resmas de papel. Salí disparado de allí, bajo una lluvia caprichosa y
            todo emparamado, me detuve bajo un árbol a borrar rabias. Llegué
            a la Asociación de Profesores y allí, otra vez Maryann Hanson y
            Marlene Salazar, tan diligentes y solidarias ellas, hicieron el resto.
            Una resma de papel, maldita sea. 

                 ¿Y todo para qué, para qué? El jueves 28 de este abril que
            me revienta el alma, a cinco días de mi cumpleaños, a las seis de
            la mañana me llama Ernesto, el hijo de Argenis, para decirme con
            llanto: “papá murió”. Me senté a mirar el teléfono a ver si decía otra
            cosa. Me sentía derrotado. ¿En qué fallamos? ¿En qué momento
            Argenis nos necesitó y  no estuvimos allí?

                 Créanme, no quisiera hablar de esto, pero ahora había
            que enterrar al poeta. Fui a la APUCV y me enteré de que no se
            había inscrito en el seguro funerario. Quise reclamárselo, armarle
            un lío, pero me dije: ¿Puede un poeta auténtico, un ser de otras
            preocupaciones, resultar alguien tan planificado como para
            comprar urnas y prever incluso las erogaciones de su muerte? Por
            supuesto que no, hablé con mi amigo Alexis Navarro, presidente
            de  la Asociación de Profesores, y solidario como siempre me dijo
            que resolvería el problema. Sólo tenía que tener la aprobación de la



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