Page 302 - Sencillamente Aquiles
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sencillamente aquiles
para «coger la onda», el pequeñísimo juguete permitía
escuchar estaciones tan remotas como las de Schenectady
o del canal de Panamá. Para los que desearan escuchar
la de Caracas a un volumen normal, instaló la empresa
una corneta en las ventanas de su local, pero pronto tuvo
que retirarla a causa de las tumultuarias concentraciones de
oyentes y curiosos que cada noche se congregaban a oír sus
trasmisiones, produciéndose largas interrupciones del trá-
fico en la cuadra y bulliciosas peleas entre los que querían
estar más cerca de las ventanas. Presentada la estación por
sus promotores aquella memorable noche de 1926, dijo el
discurso de inauguración el historiador y académico Eloy
G. González, y como programa inaugural se presentó un
concierto de canto por la señora Susana de Lyon Paván
y la señorita Hilda Jagemberg. El primer locutor fue el
señor Albert Muller, cuya voz arrancó lágrimas de emo-
ción y una salva de aplausos entre los invitados y la mul-
titud, apiñada en las ventanas, cuando anunció: «Esta es
la Broadcasting Central de Caracas, estación AYRE», y a
continuación rompió a sonar el Himno Nacional. Con el
entusiasmo de la primera estación la radiofonía alcanzó
extremos de verdadera pasión colectiva entre los cara-
queños. La onda se localizaba en la piedra con una ines-
table aguja que hacía presión sobre ella por medio de un
resorte. Casi no había hombre de Caracas que de las siete
de la noche en adelante no estuviera en algún rincón de su
hogar, inmóviles los abiertos ojos en la actitud estática de
un magnetizado, manipulando su primitivo receptor con
la bocina pegada al oído y llamando a cada instante a la
familia para que vinieran a oír la onda que había sintoni-
zado. El punto del piso donde se fijaba el polo de tierra del
aparatico se mantenía siempre mojado por los abundantes
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