Page 286 - Sencillamente Aquiles
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sencillamente aquiles
En la isla de Margarita, tan célebre por sus perlas, estas
fiestas coreográficas del pueblo cobran el encanto de una
pintura ingenua con sus pescados de cartón pintado, en el
que va metido el bailarín, con el gran barco de vela que
lleva encaramado en el hombro un individuo que hace el
papel del mar, con su burrita vestida en esponjada colcha de
flores para que no se vea que con lo que camina no es con
sus propias patas, sino con los pies del jinete. Lo que agracia
especialmente de tan delicioso acento infantil estas panto-
mimas que escenifican episodios pesqueros o celebran al
Niño Jesús, es la cándida alegría de sus músicas, a las que
corresponde la ingenuidad de unas letras que cautivan al
oyente por los usos diminutivos del lenguaje. Es un estilo
expresivo muy propio de aquel pueblo que para encarecer
la simpatía de un niño lo califica con tan cariñosa palabra
como «aseadito» y a la más pequeña de nuestras monedas,
el diminuto mediecito, da el nombre de «mariquita».
Pero tiene también el margariteño reservas de pro-
fundidad poética, de nostalgia ancestral, que esperan en
cada atardecer la aparición de las primeras estrellas para
desahogarse en la desgastada belleza de los «polos». Va-
riante marina del joropo, el polo posee rasgos propios que
le infunden un acento personalísimo entre todos los demás
componentes de su familia musical. La presencia del mar,
sus vagos horizontes, su asociación con ideas de ausencia,
de soledad y de nostalgia, definen en el polo una de las
formas más patéticas de la música venezolana. A diferencia
del joropo de tierra adentro, cuyo fraseo es dinámico y uni-
forme, el fraseo del polo pertenece al orden llamado agó-
nico, aquel en que el cantante demora o alarga las pausas,
traslada los acentos o adopta métricas de arte mayor, sa-
turando así la cadencia melódica de una sentimentalidad
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