Page 281 - Sencillamente Aquiles
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aquiles nazoa
del folklore como Juan Liscano, Luis Felipe Ramón y Ri-
vera o Luis Laffer, han reevaluado, y las han dado a la
circulación en grabaciones fácilmente accesibles en el co-
mercio, especies musicales de la más genuina procedencia
popular, pacientemente coleccionadas en largas giras por
todo el país, y que incluyen algunas sobrevivencias de las
culturas autóctonas precolombinas, como el jayetchi de los
indios motilones, tribu de misterioso origen que habita en
las sierras de Perijá, en la región noroccidental del país. Se
trata de formas elementales, expresivas de una etapa de la
precultura selvática, en que el hombre no aplica todavía
la palabra articulada a la comunicación por el canto.
La música indígena, que aún se hallaba en un estado
muy larvario de su desarrollo cuando llegaron los conquis-
tadores, fue casi totalmente avasallada por la que surgió
—rica de melodía y cargada de pasión— al reunirse en
la tierra venezolana dos pueblos de tan imperiosa fuerza
como el español y el africano.
A la gracia melódica de la música española, a su do-
naire en la danza y a sus finas letras, le insufló el negro la
carga sensual de sus tambores y su ardiente ritmo. Muy
cerca de Caracas, en una profunda mancha de trópico que
se comparte entre las playas de Barlovento y el mundo sel-
vático del cacao, las grandes comunidades afrovenezolanas
de Río Chico, Curiepe o El Guapo, ilustran de un modo
fascinante el proceso de aquel mestizaje entre músicas, con
los impresionantes «bailes de tambor», acompañados de
cantos corales y actos de pantomima, que allí tienen lugar
anualmente para la Noche de San Juan.
«Fulías» llaman allí a formas tradicionales del canto
individual que no se oyen en ninguna otra parte de Vene-
zuela, y cuya entonación, en muy bajito falsete siempre, lo
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